DOMINGO XXVI DE CUARESMA -A-
«LOS PUBLICANOS Y LAS PROTITUTAS OS PRECEDEN EN EL REINO DE DIOS»
CITAS BÍBLICAS: Ez 18, 25-28 * Flp 2, 1-11 * Mt 21, 28-32
La parábola de los dos hermanos que el Señor Jesús nos propone hoy en el evangelio, nos muestra la distinta forma de actuar que tenemos las personas cuando alguien nos manifiesta un deseo determinado.
Todos conocemos el comportamiento de aquella persona que tiene por costumbre decir a todo que sí, pero luego, a la hora de la verdad, todo queda en buenas intenciones. Del mismo modo, conocemos a aquella otra que raramente acepta hacer lo que le pedimos, sin protestar y poner impedimentos, pero que al fin consiente y hace aquello que se le pide.
En esto que estamos diciendo, nos referimos a lo que sucede con frecuencia en la vida ordinaria, pero, algo semejante puede ocurrirnos en nuestra vida de fe. Tenemos conocidos que cuando escuchan la predicación, no tienen nada que objetar. Todo les parece bien. Pero al observar su vida nos damos cuenta de que van a la suya sin tener presente nada de lo que han escuchado. De manera que, del dicho al hecho, va un gran trecho. En la parábola están representados por el hijo primero.
Otra actitud es la de aquellos que sistemáticamente protestan por todo. Parece que no estén de acuerdo con nada. Siempre encuentran pegas. Sin embargo, cuando observamos su forma de actuar, comprobamos que hacen todo aquello que se les ha indicado. Así obra el segundo hijo, que, habiéndose negado en un principio, obedece al padre y marcha a trabajar a la viña.
En nuestra vida de fe una de las virtudes más importantes y a la vez más necesarias, es la de la obediencia. Obedecer no es fácil, porque requiere renunciar a nuestra propia razón para entrar en la del otro. Sin embargo, todo cambia, si reconocemos en aquellos que nos guían la sabiduría que reciben del Espíritu Santo, para llevar adelante la misión que el Señor les ha encomendado.
Un ejemplo claro de obediencia lo tenemos en Abraham. El Señor le ordena: «Ponte en camino». Ponerse en camino significaba renunciar a la seguridad del clan, abandonar a sus familiares y lanzarse a una aventura de resultado incierto. Sin embargo, la obediencia de Abraham tiene como premio encontrar la tierra de promisión y poder abrazar a un hijo. Si Abraham siguiendo los dictados de su razón y basándose en su experiencia no hubiera obedecido, nunca hubiera logrado ver satisfechos sus deseos.
Después de plantearles la parábola, el Señor Jesús afirma dirigiéndose a todos y en particular a los escribas y fariseos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios» ¿Por qué? Podemos preguntarnos. Porque unas y otros han obrado como el segundo hijo. Han dicho que no, que querían vivir su vida a su aire sin tener en cuenta la voluntad de Dios, la voluntad del Padre, pero luego su corazón ha reconocido el error, se han arrepentido y han obedecido.
¡Cuántos vivimos nuestra vida de fe como los escribas y fariseos creyéndonos poseedores de la verdad y tomándonos la libertad de juzgar a los otros! Sin embargo, son ellos, aquellos a los que juzgamos, los que nos llevarán la delantera, porque reconociendo sus errores se acogen a la misericordia de Dios.
Recordemos, pues, lo que hemos dicho sobre la importancia de la obediencia. Pero tengamos en cuenta que para obedecer es necesaria otra virtud muy querida por el Señor, la de la humildad. El humilde se considera siempre el último como las prostitutas y publicanos que pensaban que para ellos no había salvación. Sin embargo, el Señor, que penetra los corazones, se complace en el pobre y el humilde, en el pecador, en aquel que reconoce su impotencia. Por eso, reconocer nuestra debilidad, reconocer nuestros pecados, es algo que complace en gran manera al Señor.
0 comentarios