DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-
«ID TAMBIÉN VOSOTROS A MI VIÑA»
CITAS BÍBLICAS: Is 55, 6-9 * Flp 1, 20c-24.27ª * Mt 20, 1-16
Isaías en la primera lectura de la Eucaristía de hoy, pone en boca del Señor estas palabras: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos». Quiere decir esto que, con mucha frecuencia, lo que nosotros opinamos o cómo reacciones ante la conducta de los demás, difiere mucho de lo que el Señor piensa o hace en esos casos.
Nosotros juzgamos teniendo como base la justicia humana y, por suerte, ésta difiere mucho de lo que es la justicia divina. Nosotros pensamos que estamos en lo cierto y, sin más, aplicamos nuestro criterio y nuestra manera de obrar al propio Dios.
Si nos fijamos en el evangelio de hoy, veremos que es cierto esto que acabamos de decir. Si en la parábola que nos propone el Señor, nosotros hubiéramos sido los propietarios de la viña, no cabe la menor duda de que el denario de jornal solo se lo hubiéramos pagado a los que empezaron a trabajar a primera hora. A los demás les hubiéramos pagado la parte proporcional al tiempo de trabajo que habían empleado.
Aunque muchos puedan pensar que el propietario de la viña fue injusto al tratar a los últimos como a los primeros, esto no es cierto. Veamos, ¿pagó a los primeros el jornal que habían acordado antes de salir al campo? Efectivamente, así fue, y por eso no podemos decir que fue injusto con ellos. Los que sin haber trabajado tanto, cobraron lo mismo, se beneficiaron del buen corazón de aquel propietario.
¿Qué significado tiene para nuestra vida esta parábola? Vamos a verlo. El propietario de la viña es Dios. La viña es el Reino de los Cielos, que aquí en la tierra es la Iglesia. El Señor busca trabajadores para su viña, para su Iglesia. A unos los llama desde pequeños. A otros lo hace durante la juventud o durante la madurez y a otros, finalmente, los llama a trabajar en su Iglesia, a ser sus discípulos, ya en la ancianidad. ¿Cuál es la paga con la que Dios se ajusta por hacer este trabajo? Dios solo paga con una moneda: la vida eterna.
Quiere decir esto que tanto a aquellos que fuimos llamados casi desde la niñez, o los que recibieron la llamada ya de adultos, o los que se acogieron a la misericordia de Dios en el lecho de muerte, recibiremos idéntica paga: la vida eterna. Y la vida eterna no es algo material que pueda partirse como una tarta, de la que cada uno recibe un trozo distinto. La vida eterna es completamente igual para todos. Por eso en la parábola todos recibieron un denario. Todos recibieron la misma paga.
Entonces, podemos preguntarnos, ¿qué beneficio obtenemos aquellos que fuimos llamados a primera hora? La respuesta depende de nuestra actitud a la hora de sentirnos discípulos del Señor. ¿Estás en la Iglesia reprimido, fastidiado, privándote de cosas que consideras que son buenas, o por el contrario te sientes feliz, con paz interior, disfrutando ya en la tierra del amor de un Padre y del cariño de una Madre, que te ayudan a hacer frente a las dificultades y contrariedades de la vida, sin que éstas te destruyan?
Si perteneces al primer grupo, lo siento. Eres como el hijo mayor de la Parábola del hijo Pródigo, que no supo nunca disfrutar de los bienes de la casa su Padre. Si eres de los segundos, enhorabuena. Has descubierto que el único sitio de la tierra donde se puede vivir feliz, dentro de la felicidad que es posible para el hombre, el único sitio donde se puede tener paz en el corazón, a pesar de vivir en un valle de lágrimas, es la Iglesia. Bendice por tanto al Señor, que te llamó a trabajar en su viña muy temprano.
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