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DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

DOMINGO DE PASCUA DE LA  RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

«YA QUE HABÉIS RESUCITADO CON CRISTO, BUSCAD LOS BIENES DE ALLÁ ARRIBA»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 10, 34a.37-43 * Col 3, 1-4 * Lc 24,13-35

Celebramos hoy el domingo más importante del año. Hoy, el Señor Jesús, rotas las ataduras de la muerte sale victorioso del sepulcro. Éste es el acontecimiento primordial de la historia de salvación.

La situación del hombre después del pecado es totalmente contradictoria. Tú y yo, creados por Dios para disfrutar de una existencia plenamente feliz experimentado en nuestro corazón su amor, y habiendo hecho un mal uso de nuestra libertad, nos encontramos sumidos en el pecado y esclavos de la muerte. Esta situación es absurda y totalmente contraria a la voluntad de Dios-Padre.

Ninguno de nosotros es capaz de salir del círculo vicioso en el que nos encontramos. Por el temor que tenemos a la muerte, al no ser, nos vemos abocados una y otra vez al pecado. Sabemos que la verdadera felicidad radica en el amor, pero, amar supone negarnos a nosotros mismos en favor del otro. Amar supone crucificar nuestra razón para que prevalezca la razón del otro. Pero esto es imposible, porque supone morir a mis razones y principios, y aceptar sin discusión las razones del otro. Para esta situación hay una palabra que define fielmente lo que experimenta nuestro ser: insatisfacción. Ahora, ya nada complace por completo a nuestro corazón. Después de conseguir una meta, no somos capaces de disfrutar de ella, porque ya estamos empeñados en conseguir la siguiente. Siempre queremos más.

Esta situación es totalmente contraria a la voluntad de Dios. Dios nos creó para la vida, pero nosotros nos empeñamos en vivir sumergidos en la muerte. Y, para nuestra desgracia, lo que hemos elegido es irreversible. Hemos sido capaces de entrar en la muerte, pero no somos capaces de escapar de ella. Por eso Dios, desde el principio, concibió un plan de salvación. Dispuso que su Hijo, Dios como Él, se revistiera de una naturaleza capaz de morir. De esta manera podría experimentar como hombre la muerte, y podría a la vez como Dios recuperar la vida. Por eso, el Hijo de Dios, sabiendo que lo que a ti y a mí nos mata es el veneno del pecado, lo primero que hizo fue cargar con nuestros pecados para impedir que continuaran llevándonos a la muerte. Tus pecados y los míos, fueron los que le hicieron sufrir a él una muerte ignominiosa.

Nos encontramos así al Señor Jesús después de su Pasión, enterrado y con una enorme piedra cerrando su sepulcro. Dios-Padre, no podía quedarse impasible al contemplar aquella situación. En aquel cuerpo sepultado a las afueras de Jerusalén, veía un reflejo de su propio ser. Era el Amor, aquel amor que había llevado a Señor Jesús a la muerte por tus pecados y los míos. Por eso, dirá san Pablo, Dios-Padre lo resucitó, lo ensalzó y le dio el nombre sobre todo nombre.  Hoy, por tanto, celebramos que después de permanecer tres días en el sepulcro, vencida por completo la muerte, el Señor Jesús vuelve a la vida y nos hace partícipes de su resurrección. Con su victoria nos arrastra a nosotros, vence nuestra muerte y nos hace partícipes de su vida inmortal.

Con la resurrección del Señor, Dios-Padre, lleva a cabo en nosotros una nueva creación. Nos devuelve a la inocencia original, haciendo que recuperemos la condición de ser sus hijos. Esto lo hemos explicitado en la Vigilia Pascual al hacer presente nuestro Bautismo. Sus aguas lavaron nuestras culpas y nos convirtieron en criaturas nuevas, vencedoras de la muerte. Con Cristo resucitamos también nosotros. Celebremos con Él su amor y el amor de nuestro Padre Dios, que ha provisto para nosotros un Salvador.

 


 


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