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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR -A-

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR  -A-

«NO OCULTÉ EL ROSTRO A INSULTOS Y SALIVAZOS. MI SEÑOR ME AYUDABA»

 

CITAS BÍBLICAS:Is 50, 4-7 * Flp 2, 6-11 * Mt 26,14—27, 66

 

Este domingo con la entrada del Señor Jesús en Jerusalén, se abre para nosotros la Semana Grande, en la que la Iglesia nos invita a contemplar el culmen de la obra de salvación concebida por el Padre, no solo para la humanidad de una manera abstracta, sino de un modo especial y concreto para ti y para mí.

Cristo Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre en el seno de María, va a dar cumplimiento a la voluntad del Padre, cargando con el peso de nuestros pecados, muriendo de manera ignominiosa en una Cruz, y resucitando a una vida gloriosa. Así, tú y yo,  liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte, por su muerte y resurrección, recuperamos la condición de hijos de Dios, que habíamos perdido por nuestros pecados.

Las celebraciones de esta semana no se van a quedar en un mero recuerdo de lo que sucedió hace dos mil años. Tú y yo, somos los que hoy necesitamos esa redención, esa salvación. Por eso, la celebración de la Pascua del Señor, se actualizará una vez más para que nosotros experimentemos personalmente esa liberación de la esclavitud del pecado y de la muerte, a la que estamos sometidos. Cristo morirá de nuevo en la Cruz por ti y por mí cargando con nuestros pecados, y resucitará de nuevo por ti y por mí, para hacernos vencedores con Él de la muerte que padecemos. La obra redentora del Señor Jesús es siempre actual y se mantiene operante para cada uno de los hombres en cada generación.

En la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo de san Mateo, veremos en primer lugar al Señor celebrando la Cena Pascual. Él sabe que será la última que celebrará con sus discípulos. Se marcha, pero a la vez, conociendo que lobos feroces atacarán a sus ovejas y las dispersarán cuando Él no esté, se va y a la vez se queda para siempre como alimento que fortalezca a su débil rebaño. «Tomad, comed; esto es mi cuerpo… ésta es mi sangre».

En la Pasión del Señor podremos ver reflejadas con toda claridad situaciones de nuestra vida. El Señor nos ha elegido como discípulos suyos, y por lo tanto, partícipes con Él de sus sufrimientos y de sus alegrías. Por eso, como Él, nos veremos débiles en Getsemaní, pidiendo al Padre que aparte de nosotros los sufrimientos y las desgracias a las que, sin duda, tendremos que hacer frente en nuestra vida. Es fácil que, como Judas, también alguno de nosotros lo traicionemos y le volvamos la espalda y vivamos nuestra vida como si nunca le hubiéramos conocido. Seguro que, como Pedro, lo negaremos delante de los demás y diremos, por respeto humano, por temor o por miedo al qué dirán, que no lo conocemos.

El Señor conoce éstas y otras muchas debilidades nuestras y no se escandaliza. Conoce la materia prima de la que fuimos creados y sabe que, aun queriendo, no somos capaces por nosotros mismos de hacer el bien. Lo importante es reaccionar ante esas debilidades y flaquezas. Por supuesto, no lo hagamos como Judas. No desesperemos del amor de Dios. No seamos orgullosos. No hagamos como Caín y exclamemos: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla». No caigamos en la desesperación. Acojámonos a la infinita misericordia del Señor, que como el Padre del Hijo Pródigo, espera nuestro regreso día y noche. Hagamos como Pedro, reconozcamos nuestros fallos y no tengamos vergüenza de llorar amargamente, como él, nuestro pecado.

Que hoy, al escuchar la proclamación de la Pasión del Señor, nuestras entrañas se ablanden y se conmuevan al comprobar hasta dónde llega el amor del Señor Jesús por ti y por mí, y hasta dónde llega el amor del Padre que no duda en entregar a su Hijo a la muerte, para que tú y yo nos veamos libres de la muerte eterna. 

 

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