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DOMINGO V DE CUARESMA -A-

DOMINGO V DE CUARESMA  -A-

«YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA»

 

CITAS BÍBLICAS: Ez 37, 12-14 * Rm 8, 8-11 * Jn 11, 1-45 

El Problema más grande con el que se encuentra cada hombre, tú y yo, es el problema de la muerte. El hecho de tener que morir es algo que rompe por completo nuestros esquemas. La razón de que nos suceda esto hay que buscarla en el origen de nuestra propia persona. No somos seres creados para la muerte, sino para la vida. Haber nacido para caminar irremediablemente hacia nuestra destrucción total sería un fraude, algo que repugna por completo a nuestra razón. Tu vida y la mía, no es semejante a la de los animales. Tú y yo, no solo vivimos, sino que tenemos consciencia de que vivimos. Esto es algo que no se da en los animales.

Hay tres preguntas cuya respuesta es fundamental a la hora de tomar en peso nuestra existencia. ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? La fe nos ayuda a encontrar las respuestas. Tú y yo, somos seres inteligentes creados por Dios, que hemos salido de Él, y hacia Él caminamos. Dios nos creó para una vida feliz y eterna, unidos a Él por su amor. Lo que sucede es que usando mal el regalo inconmensurable de la libertad, preferimos vivir nuestra existencia separados de Él. Consecuencia: quien se aparta y niega a la Vida, se encuentra irremediablemente con la muerte. Ésta es nuestra situación actual.

Hoy el evangelio nos muestra al Señor Jesús, como dueño de la vida y vencedor de la muerte. Lázaro, su amigo de Betania, ha muerto y lleva ya cuatro días en el sepulcro. La hermana de lázaro, Marta, al ver a Jesús le dice desconsolada: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»… Tu hermano resucitará, le dice el Señor. Ya sé que resucitará en la resurrección del último día», responde Marta, a lo que añade el Señor: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y que el está vivo y cree en mí, no morirá para siempre».

Llega María, la otra hermana de Lázaro, y echándose a los pies del Señor le dice llorando: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». El Señor, al verla llorar y ver llorar a todos los que la acompañan, conmovido, se echa a llorar también. Al verlo, los presentes exclaman: «¡Cómo lo quería!». Esta actitud del Señor Jesús ante la muerte del amigo, es la misma que adopta el Señor, cuando tú y yo, rechazando su amor, nos vamos en pos de los ídolos del mundo a quienes en vano pedimos la vida. Él es nuestro amigo, y nos ve, como a Lázaro, esclavos de la muerte, e incapaces de salir de ella.

Ya delante de la tumba, el Señor ordena: «Quitad la losa». Marta responde: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Jesús insiste diciendo: «¿No te he dicho que,  si crees, verás la gloria de Dios? Esta orden de Jesús es la misma que formula a su Iglesia cuando, a ti y a mí, nos ve en la muerte debido a nuestros pecados. También nosotros, como Lázaro, tenemos encima una pesada losa que nos impide ser libres. El pecado nos esclaviza. Queremos salir de él, pero no podemos. Nos ocurre como a san Pablo en el capítulo 7 de la Carta a los Romanos: «Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta». Por eso el Señor Jesús ha dado poder a su Iglesia, a sus ministros, para levantar la losa que nos oprime.

Una vez retirada la losa y abierto el sepulcro, el Señor grita: «Lázaro, ven afuera». Lázaro aparece resucitado a la entrada de la tumba, pero atado de pies y manos. «Desatadlo, y dejadlo andar» dice el Señor. También la Iglesia, a nosotros, a ti y a mí, nos rompe las ataduras de los vicios que nos impiden caminar, para que podamos seguir libremente al Señor Jesús. Él es para nosotros, como lo fue para Lázaro, la resurrección y la vida.


 

 

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