DOMINGO IV DE CUARESMA -A-
«VE A LAVARTE A LA PISCINA DE SILOÉ» FUE, SE LAVÓ Y VOLVIÓ CON VISTA.
CITAS BÍBLICAS: 1Sam 16, 1b.6-7.10-13ª * Ef 5, 8-14 * Jn 9, 1-41
Hoy la Iglesia también nos ofrece una buena ración de Palabra de Dios tomada del evangelio según san Juan. Nos habla de un ciego de nacimiento. En Israel era creencia general que las enfermedades, los defectos físicos, en incluso la pobreza, eran consecuencia del pecado. Tener riquezas, por ejemplo, era signo de la bendición de Dios.
En el evangelio de hoy, Jesús y sus discípulos se encuentran en Jerusalén. Un mendigo ciego está pidiendo limosna. Siguiendo la creencia que comentábamos anteriormente, y suponiendo que la ceguera tiene su origen en el pecado, lo llevan ante Jesús y preguntan: «Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?» Jesús responde: «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios…» A continuación Jesús escupe en la tierra, hace barro con la saliva, le unta los ojos al ciego y le dice: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé». El evangelista sigue diciendo: «Fue, se lavó y volvió con vista».
La situación del ciego de nacimiento del evangelio de hoy, difiere sustancialmente de la del ciego de Jericó que aparece en otros evangelios. En aquella ocasión se trataba de una persona que había perdido la vista, y que a gritos pedía al Señor la curación. El ciego de hoy, por serlo de nacimiento, no desea ser curado porque no conoce lo que es la luz. Vive conformado en su situación. ¿A qué viene, te preguntarás, hacer esta comparación? Pues, sencillamente a que ésta es la situación de la mayor parte de las personas. Es la situación de aquellos que por no haber conocido una vida mejor, viven una vida chata sin ninguna trascendencia. Su vida es semejante a la de los animales: nacen, crecen, se reproducen y luego mueren.
También nosotros, muchas veces, vivimos como el ciego. Vamos pidiendo una limosna de amor. Pedimos que los demás nos quieran, aunque solo sea a una poquito. Pedimos la vida al dinero, a las riquezas, a los afectos, al sexo, al poder, a las diversiones, sin darnos cuenta que todo esto es pasajero, que se acaba y que no nos hace de verdad felices. Vivimos metidos como en un búnker desde el que es imposible ver el cielo.
El barro que el Señor coloca en los ojos del ciego, sirve para hacerle presente que la vida es algo más, y que tiene necesidad de limpiarse. El barro es signo del pecado, de los vicios y de esa vida intrascendente y chata de la que hablábamos antes. Vete a Siloé, le dice, y lávate. Siloé es símbolo de la piscina bautismal. Sus aguas son las aguas del Bautismo, capaces de lavar los pecados. Capaces de abrir los ojos ciegos al amor de Dios.
También nosotros, como el ciego, tenemos necesidad de descubrir que estamos sucios, que tenemos pecados y precisamos lavarnos. Que es necesario abrir los ojos a una vida distinta, a la vida verdaderamente feliz, que nos proporciona el conocimiento del amor de Dios y su perdón. Por eso, también el Señor pone en nuestros ojos barro para que seamos conscientes de la necesidad que tenemos de limpiarnos. Necesitamos descubrir sin miedo que somos pecadores. Descubrir que buscamos la felicidad en las cosas del mundo, ignorando que nuestro corazón solo descansará de verdad y será feliz, cuando experimente el amor y la misericordia de Dios.
El Señor nos ayuda a descubrir nuestra realidad de pecado, nuestra ceguera y la necesidad que tenemos de limpiarnos, a través de la Palabra de Dios y de la predicación de la Iglesia. Es ella la que coloca el barro en nuestros ojos. La Palabra, rompe el hormigón del bunker y abre delante de nosotros una vida nueva, plena y feliz, que es la que el Señor nos tiene reservada a cada uno.
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