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DOMINGO VIII DE TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO VIII DE TIEMPO ORDINARIO  -A-

«BUSCAD PRIMERO EL REINO DE DIOS...»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 49, 14-15 * 1Cor 4, 1-5 * Mt 6, 24-34 

También el evangelio de hoy pertenece al Sermón del Monte. Recordemos que en este discurso, el Señor nos muestra lo que es un cristiano y por lo tanto lo que Él desea para cada uno de nosotros que queremos ser sus discípulos.

Empieza el evangelio con una frase lapidaria, una frase que no tiene vuelta de hoja: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo». ¿Por qué nos dice esto el Señor? Sencillamente, porque nos conoce. Sabe que en nuestra vida tiene más importancia el dinero que el mismo Dios. Aunque hemos repetido en el catecismo aquello del primer mandamiento, “amar al Señor sobre todas las cosas”, lo cierto es que creemos que dominamos el dinero, pero es el dinero el que nos esclaviza. Por el dinero el hombre es capaz de robar, de matar, de romper una familia, de extorsionar, etc. En el fondo de todo enfrentamiento ya sea a nivel familiar, nacional o internacional, se encuentra el dinero. Él es el origen de las guerras y de todas las injusticias que se cometen en el mundo. Por eso el Señor continúa diciendo: «No podéis servir a Dios y al dinero».

¿Cuál es nuestra reacción ante esta verdad? Los cimientos de nuestra vida se tambalean. Lo primero que se nos ocurre decir es, ¿cómo es posible esto? ¿Cómo me voy a desprender del dinero si lo necesito para vivir? ¿Qué comeré? ¿Con qué me vestiré? La razón de esta zozobra, de esta actitud, tenemos que buscarla en nuestra falta fe. Pensamos que el Dios en el que creemos es un Dios que está en el cielo, pero nosotros vivimos aquí en la tierra y aquí es donde hemos de procurarnos el alimento y el vestido.

Esta reacción la conoce el Señor perfectamente, por eso nos dice: «No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni en el cuerpo pensando con qué os vais a vestir».  Y a continuación nos invita a fijarnos en la naturaleza, en los pájaros y en las flores. ¿Quién los alimenta? ¿Quién las viste con tan bellos colores? Si Dios se preocupa de ellos y los atiende, «No valéis vosotros más que ellos? ¿No hará mucho más con vosotros, gente de poca fe?».

Permíteme que te pregunte, ¿estás convencido de verdad de que Dios es tu padre, o esta frase es solo algo que has aprendido y que no acabas de creer? Aquí está de verdad la razón de tus dudas y preocupaciones. ¿Crees de verdad que Dios es tu padre? ¡Puede un padre no preocuparse de sus hijos para darles alimento y vestido? Lo que ocurre es que como no te fías de tu Padre del cielo, procuras asegurarte la vida a base de acumular dinero en la tierra. Te pasa como a aquel niño del ejemplo que ponía un buen amigo, que ya está en el cielo. Decía, que nos sucede como al niño de una familia rica que por temor a que su padre en algún momento no le diera de comer, iba guardándose mendrugos de pan.

Parece absurdo ¿no? Pues ese somos tú y yo cuando dudando del amor inmenso de nuestro Padre y del cuidado especial que tiene con todos sus hijos, ponemos nuestra seguridad en el dinero, sin tener en cuenta que con el dinero ni se compra la felicidad, ni se evita la enfermedad, ni se logra la paz interior. Por el dinero y los bienes materiales se afana la gente del mundo. ¿Qué diferencia hay entre ellos y nosotros? Malgastamos nuestras energías por un pan que no sacia, y por un agua que no apaga la sed. Por eso es necesario tener presentes las últimas palabras del Señor: «Vuestro Padre del cielo sabe que tenéis necesidad de todo eso. Vosotros buscad el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura».

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