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DOMINGO VI DE TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO VI DE TIEMPO ORDINARIO  -A-

«NO HE VENIDO A ABOLIR LA LEY Y LOS PROFETAS:

HE VENIDO A DARLES PLENITUD»

 

CITAS BÍBLICAS: Eclo 15, 15-20 * 1Cor 2, 6-10 * Mt 5, 17-37

Decíamos la semana pasada que en el Sermón del Monte o delas Bienaventuranzas, podíamos contemplar el perfil o la foto de lo que es un cristiano. Hoy el Señor Jesús continúa mostrándonos la forma de actuar de uno de sus discípulos, comparándola a lo que indicaba la Antigua Alianza.

  Contra lo que pudieran pensar los que le escuchan afirma: «No creáis que he venido a abolir la Ley o los profetas: no he venido a abolir sino a dar plenitud a darle cumplimiento». ¿Cómo podemos entender esto? Muchos creyentes piensan que los mandamientos son una serie de normas que debemos cumplir para alcanzar la salvación. Sin embargo, comprobamos que nosotros no podemos de ningún modo cumplirlos. Los mandamientos son palabras de vida que nos muestran el camino de la auténtica felicidad. Lo que ocurre es que cuando pretendemos vivir como ellos nos señalan, nos damos cuenta que para nosotros es imposible cumplirlos. Por eso dirá san Pablo en la carta a los Gálatas, que la ley está puesta para denunciar los delitos hasta la llegada el Mesías. Está puesta, pues, para que nos veamos pecadores y sintamos la necesidad de un Salvador. Ahora se entienden las palabras del Señor. Él no ha venido a abolir la ley, sino a cumplirla y a dárnosla cumplida a todos nosotros. Tú y yo, unidos a Jesucristo podemos vivir según lo que nos enseñan estas Palabras de Vida.

  La forma de vida que nos propone el Señor, es mucho más exigente que la que nos planteaban los mandamientos. Así, no es suficiente no matar, sino que hay que excluir de la vida por completo el insulto o el rencor hacia el hermano. De manera que dice el Señor: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas  tu ofrenda». Significa esto que para el Señor Jesús es mucho más importante pedir perdón al hermano y reconciliarte con él, que cualquier cosa que podamos ofrecer sobre el altar.

  Más adelante nos dice: «Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón». O sea, que para ser adúltero no es necesario unirse físicamente a una mujer, el mero hecho de verla y desearla, ya nos convierte en adúlteros. Trata más tarde un tema de palpitante actualidad en la sociedad en que vivimos. Dice: «También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio».

  Podemos comprobar que si la antigua ley era imposible cumplirla, la que en el Sermón del Monte nos propone el Señor Jesús lo es mucho más. No está a nuestro alcance llevar a la práctica con nuestro esfuerzo lo que nos pide el Señor. Es totalmente imposible para el hombre. Sin embargo reconocemos que Él tiene razón. Que vivir tal y como nos propone sería lo ideal. Entonces, ¿Por qué sucede esto? Pues, sencillamente porque en el substrato, en la base de todos estos preceptos, se encuentra el amor. El que ama es capaz de perdonar y de no tomar en cuenta las ofensas. El que ama respeta a la mujer y no ve solo en ella un objeto de placer. El que ama es capaz de perdonar y de procurar para el marido o la mujer, aquello que le hace feliz. El que ama no se busca a sí mismo sino que busca la felicidad del otro o de la otra.

  El Señor ha dicho al principio que ha venido a cumplir la ley hasta en la última letra. Lo ha hecho para que la ley no se convierta para nosotros en condenación. Él ha hecho por ti y por mí lo que nosotros no podemos hacer, y nos lo entrega cumplido en su cuerpo. Nosotros, con Él, lo podemos todo.  

 

 

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