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DOMINGO V DE TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO V DE TIEMPO ORDINARIO  -A-

«VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA. VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 58, 7-10 * 1Cor 2, 1-5 * Mt 5, 13-16

Hacemos referencia muchas veces en estos comentarios, a la misión que cada uno tenemos como discípulos de Cristo. Sabemos que, aunque la redención ya tuvo lugar en el tiempo y la llevó a cabo el Señor Jesús, es voluntad de Dios-Padre que en cada generación se haga presente y se actualice esta salvación. Es imprescindible que para todos aquellos que no lo conocimos físicamente, llegue la salvación que el Señor ganó para toda la humanidad, al entregar su sangre en la Cruz.

Hemos visto en anteriores evangelios, que una de las primeras acciones que el Señor llevó a cabo, fue la elección de sus discípulos. Hoy también el Señor pasa por la orilla de nuestras vidas, y va llamándonos como a Pedro y Andrés, o a Santiago y Juan, para que le sigamos. Él necesita tu boca, para que proclames sus maravillas. Necesita también tus brazos y tus pies y  el esfuerzo de todo tu ser, para vayas en busca de la oveja perdida, la misma que él cargó sobre sus hombros.

Por si tienes alguna duda de tu misión, hoy, en el evangelio, nos lo explica con todo detalle. Nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?... Vosotros sois la luz del mundo…» Quizá te preguntes: ¿Qué significa ser sal, o qué significa ser luz?

La sal la añadimos en una pequeña cantidad a todos nuestros guisos, para que cada uno de los elementos que hemos colocado en la paella o en la olla, adquiera su sabor particular, y que a la vez todo el conjunto esté sabroso.

Cuando Dios desaparece, la vida del hombre pierde por completo su sentido, se vuelve insípida, no encuentra su razón de ser. La vida del hombre sin Dios se asemeja a la vida de los animales. Los perros callejeros andan de contenedor en contenedor, buscando entre las basuras de qué alimentarse. Su vida carece de trascendencia. Van de aquí para allá sin demasiados alicientes. Solo les guía el instinto de supervivencia. La vida del hombre sin Dios, se limita como la de los animales a nacer, crecer, reproducirse y morir. Ese hombre, esa sociedad en la que Dios ha desaparecido, necesita ser salada. El hombre necesita recuperar la razón de su existencia, la razón que explique la finalidad por la que se encuentra en el mundo. Esa razón, ese sentido último de la vida, solo se recupera cuando Dios aparece de nuevo en la vida. Y esa es precisamente la misión del cristiano. Salar a la sociedad, haciendo que de nuevo aparezca Dios como principio y fin de la vida.

La Biblia, en su primer libro, el Génesis, dice que sobre la faz del abismo estaba la tiniebla, la oscuridad. Es la presencia de Dios la que ilumina el mundo. Dios es luz, dirá san Juan, en Él no hay tiniebla alguna. También en el evangelio dice Jesús: Yo soy la luz. Consecuencia de esto es que cuando el hombre da la espalda a Dios, queda inmerso en las tinieblas. Por este motivo, Jesús, que conoce la oscuridad en la que vive el mundo, nos llama a ser la luz del mundo. «Vosotros sois la luz del mundo», nos dice. Y somos la luz, para que puestos sobre el candelero, iluminemos los caminos del mundo para que el hombre no tropiece y caiga.

¿Cómo salar o iluminar? te preguntas. Al final del evangelio de hoy el Señor Jesús nos dice, qué hacer, cómo obrar, para salar e iluminar a los que están a nuestro alrededor. Tú y yo somos pecadores y por tanto, somos impotentes a la hora de obrar el bien. Los que nos rodean conocen nuestros defectos, nuestro carácter egoísta, nuestros vicios y pecados, de manera que si en un momento dado, somos capaces de amar, de perdonar sinceramente, de ser solidarios con los pobres y con los que sufren, su extrañeza será enorme y deducirán que no lo hacemos con nuestro esfuerzo. ¿Cómo es posible, dirán, si yo conozco a ese más que su madre? Entonces dice el Señor: «Viendo vuestras buenas obras, glorificarán a vuestro Padre del Cielo» Así se sala y se ilumina. Haciendo de nuevo presente en la vida del hombre a Dios.

 

 

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