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DOMINGO IV DE TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO IV DE TIEMPO ORDINARIO -A-

«DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS»

 

CITAS BÍBLICAS: Sof 2, 3;3, 12-13 * 1Cor 1, 26-31 * Mt 5, 1-12a

San Mateo nos dice hoy en su evangelio que una gran multitud seguía al Señor. Lo hacían porque creían ver en él a un profeta, y por porque estaban expectantes ante la llegada del Mesías.

 El pueblo de Israel se encontraba bajo el dominio de los romanos, y anhelaba la llegada del Mesías esperando de él la liberación de la opresión romana y la vuelta de la nación al esplendor y poderío de antaño. Sin embargo, la misión que trae el Señor Jesús es radicalmente opuesta. Él viene a romper una esclavitud diferente, la del pecado y de la muerte, y a devolver al hombre  la amistad con Dios.

Hoy lo vemos sobre la montaña, como hace muchos siglos vimos a Moisés sobre el Sinaí. En aquella ocasión Dios hizo una alianza con el pueblo, mostrándoles a través de las diez palabras de vida, cuál era el camino de la felicidad y la plenitud. Hoy, el Señor Jesús, en el Sermón del Monte, hace con nosotros una Nueva Alianza, que sellará posteriormente con su sangre, mostrando a sus discípulos y al pueblo, quiénes en este mundo son verdaderamente felices y dichosos.

Se trata de una doctrina radicalmente contraria a la que preconiza el mundo. El mundo menosprecia a los pobres y se jacta de los débiles, mientras que el Señor afirma que de ellos es el Reino de los Cielos. El mundo rechaza de plano todo sufrimiento, mientras que el Señor dice de los sufridos que son los que van a heredar la tierra. Proclama también dichosos a los que ahora lloran, porque luego serán consolados.

El mundo es inclemente e inflexible con los que se equivocan, por el contrario el Señor Jesús se muestra misericordioso con ellos, y proclama que aquel que se muestre misericordioso, hallará también para él misericordia.

El egoísmo del mundo y de los hombres, hace imposible la paz. Todos buscan dominar sobre los otros, ocupar los primeros puestos, enriquecerse sin tener en cuenta los intereses de los demás. Esta actitud del hombre es la que provoca guerras, contiendas, injusticias y abusos de todas clases. Por eso el Señor declara bienaventurados, dichosos, a aquellos que trabajan y se esfuerzan para procurar la paz, porque ellos, dice, serán llamados hijos de Dios.

El mundo, finalmente, no tolera la verdad, y persiguió hasta la muerte a Aquel que se definió así mismo «como la Verdad y la Vida». Por eso aquel que defiende la verdad y la justicia también es objeto de persecución.

La justicia del Señor es totalmente distinta a la que aplica el mundo. Por la justicia del mundo el que la hace la paga, mientras que para el Señor, la justicia consiste en hacer justos a los que no lo son. A ti y a mí, que si no fuera por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, no tendríamos salvación. El mundo no entiende de perdón. Para el mundo, perdonar es signo de debilidad y los débiles no tienen cabida en él. El discípulo de Cristo es aquel que es capaz de perdonar, porque también él, ha experimentado el perdón.

Como ya habremos observado, los caminos del Señor son, como dice Isaías, totalmente distintos a los nuestros. El Señor, en el Sermón del Monte nos ha mostrado el retrato de lo que es un cristiano, un hijo de Dios. El único que ha cumplido totalmente este sermón es el propio Jesús. Para nosotros es imposible cumplirlo por más que nos esforcemos, sin embargo, está a nuestro alcance cuando nuestra vida está unida a la del Señor. Es su Espíritu el que habitando dentro de nosotros, lo lleva a total cumplimiento.

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