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DOMINGO XXXIII DE TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XXXIII DE TIEMPO ORDINARIO -C-

«MUCHOS VENDRÁN USURPANDO MI NOMBRE. NO VAYAIS TRAS ELLOS »

 

CITAS BÍBLICAS: Mal 3, 19-20a * 2Tes 3, 7-12 * Lc 21, 5-19

Estamos terminando el año litúrgico y el evangelio de san Lucas nos hace presente el final de los tiempos. Sabemos que nuestro mundo y el universo entero, no son eternos, caminan indefectiblemente hacia su aniquilación. Sobre el tiempo y la hora en que todo esto ocurrirá, dice el Señor en otro evangelio, que solo el Padre conoce  el día  y le hora en que esto ha de suceder.

El Señor Jesús en el evangelio de hoy nos da dos indicadores que señalan cuándo tendrá lugar este fin de los tiempos. En primer lugar la aparición de falsos profetas que incluso llegarán a presentarse en su nombre anunciando el final. Falsos mesías que aparecerán  como salvadores de la humanidad «No vayáis tras ellos, dice el Señor». En segundo lugar habrá signos en la tierra como terremotos, hambre y epidemias y sobre todo persecución a los elegidos, que serán entregados a los tribunales y metidos en las cárceles.

Si nos detenemos en los acontecimientos que está viviendo nuestra sociedad, guerras, terremotos, persecución de los que se confiesan cristianos y la aparición de falsos profetas, falsos mesías, que pretenden mostrarnos caminos de felicidad y formas de vivir totalmente opuestas al Evangelio, al tiempo que persiguen y encarcelan a los que se mantienen fieles a le Verdad, diríase que estamos viviendo en el preludio del fin. Sin embargo no debemos alarmarnos, y hemos procurar mantenernos fieles al Señor.

Casi podemos afirmar con toda seguridad, que no seremos testigos del final de los tiempos, sin embargo, para cada uno de nosotros existirá un final de los tiempos particular. El Señor tiene dispuesto para cada uno un final distinto. El fin del mundo, a mí no me quita el sueño, como no nos lo ha de quitar a nadie. Lo que si ha de preocuparnos es estar vigilantes, para que cuando el Señor disponga, nos encuentre preparados para marchar con Él.

La muerte es para los creyentes una puerta que se abre hacia la vida eterna, donde se nos descubrirá un panorama tan maravilloso que hará exclamar a san Pablo que «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios prepara para lo que le aman». Tampoco debe amedrentarnos el hecho de encontrarnos con el Señor. Él, que cargo sobre sus hombros el peso de nuestros pecados, no puede en modo alguno rechazar a aquellos que se acogen a su misericordia. Lo que sí debe producirnos temor es que, usando mal de nuestra libertad, no apartemos de Él. Ese es el santo temor de Dios.

Desconocer el día y la hora no ha producirnos inquietud, pero tampoco ha de ser motivo para que vivamos demasiado relajados, como si ese día nunca hubiera de llegar. El Señor, nuestro esposo, llega, y nosotros, como la novia, hemos de estar expectantes para partir con Él en cuanto se nos presente. Por eso hoy, al final del evangelio, nos tranquiliza para que no nos afecten demasiado los sufrimientos, persecuciones y adversidades. Es Él mismo el que nos dice: «Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestra almas». Nuestra actitud, por tanto, ha de ser de una vigilante y a la vez confiada espera.

 

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