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DOMINGO XIV DE TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XIV DE TIEMPO ORDINARIO -C-

«LA MIES ES ABUNDANTE Y LOS OBREROS POCOS»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 66, 10-14c * Gál 6, 14-18 * Lc 10, 1-12.17-20

El evangelio de este domingo nos hace presente la misión que como cristianos ha puesto el Señor en nuestras manos. Si estamos en la Iglesia buscando nuestra salvación personal, andamos muy errados. No estás en la Iglesia para salvarte tú, estás en la Iglesia para que llegue a otros la noticia de la salvación del Señor Jesús.

El Señor te ha elegido a ti y me ha elegido a mí, para que en esta generación, seamos sus manos, su boca, sus ojos… Él ha dado su vida por todos los hombres sin distinción alguna de raza, sexo o condición, pero esa salvación se llevó acabo en un momento dado de la historia. Es necesario hacer llegar a  todos los que vivimos en esta generación, la Buena Noticia de que el Señor ha destruido la muerte y ha perdonado nuestros pecados, mostrándose misericordioso con aquellos que, como tú y como yo, somos incapaces de cumplir la ley y de hacer su voluntad.

Hoy, como a los setenta y dos discípulos de los que nos habla san Lucas, nos llama a ti y a mí a ponernos en camino, a hacer llegar a todos, empezando por los más  cercanos, la gran noticia de que tenemos un Dios que nos ama sin condición alguna. Que no nos exige de ninguna manera que seamos buenos para querernos. Nos ama, pues, tal y como somos sin exigirnos cambio alguno. Un Dios que es Padre, y que conoce todas nuestras deficiencias y debilidades y que está siempre dispuesto a echarnos una mano en cuanto nosotros se lo pidamos.

Es necesario, pues, que todos conozcan que los sufrimientos, los disgustos, las enfermedades e incluso la muerte, son fruto del pecado que se enseñorea en el mundo. No es Dios el que castiga y nos roba la felicidad, es el demonio, es el mundo y el pecado, los que nos hacen infelices y nos meten en el sufrimiento.

En el evangelio el Señor encarga a sus discípulos que anuncien que el Reino de Dios está cerca. Nosotros, sin embargo, anunciamos que el Reino de Dios ha llegado ya. Que está entre nosotros. Que el Reino de Dios en este mundo es la Iglesia y que en ella es el único lugar en donde el hombre puede hallar consuelo y fortaleza ante las luchas diarias a las que lo somete la vida.

Anunciar la Buena Noticia, anunciar la presencia del Reino de Dios, puede acarrearnos disgustos. Es muy posible que seamos rechazados y hasta perseguidos, pero eso no importa, sabemos cómo trataron al Maestro y nosotros estamos muy lejos de asemejarnos a Él. El demonio tratará con todas sus fuerzas de impedir que la gran noticia de la salvación arraigue en el corazón de los que nos rodean. Su misión es hacer fracasar el plan de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

 El Señor en esta misión estará siempre a nuestro lado. No seremos francotiradores. Él nos dará la fortaleza y la sabiduría necesarias para ser testigos de su amor delante de los hombres. En esta misión, si importante es la palabra, mucho más lo es el testimonio de la vida. Ver nuestra manera de obrar, nuestra entereza en el sufrimiento, la forma que tenemos de perdonar las ofensas y las acusaciones injustas, etc., será para los que nos observen mucho más eficaz que largas catequesis o sermones.

Quizá podemos preguntarnos: ¿Y cuál será la recompensa? La recompensa es el mismo anuncio de la Buena Noticia. Es experimentar como los demonios se rinden ante la fuerza de la Palabra.  Es comprobar la presencia casi física del Señor en nuestra vida, que produce una paz y una alegría interior que nadie puede arrebatarnos. Es tener la certeza de que, como dice el Señor, «nuestros nombres están inscritos en el cielo».


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