DOMINGO VI DE PASCUA -C-
«LA PAZ OS DEJO, MI PAZ OS DOY»
CITAS BÍBLICAS: Hch 15, 1-2.22-29 * Ap 21,10-14.22-23 * Jn 14,23-29
El Señor Jesús continúa en el evangelio de hoy dando las últimas recomendaciones a sus discípulos, ante la inminencia de su partida. Hoy nos habla de la importancia que tiene escuchar su palabra y guardarla en el corazón. La Palabra de Dios no es igual que nuestra palabra. A nuestras palabras se las lleva el viento, mientras que la palabra de Dios permanece y actúa en la vida de aquel que la escucha, transformando poco a poco su vida.
Guardar la Palabra en el corazón supone aceptarla como palabra de vida. El Señor nos invita a guardarla porque nos encontramos ante la imposibilidad de llevarla a la práctica con sólo nuestro esfuerzo. Los evangelios, en particular el de san Lucas, nos dicen que a María también le sucedía algo semejante, y que por eso, guardaba todas estas cosas en el corazón. Seguramente también tenía dificultad para entender, por ejemplo, la respuesta que el Niño Jesús les da cuando lo encuentran en el Templo, después de haberlo buscado con angustia durante tres días.
La Palabra es viva y eficaz, pero no siempre es posible entender su significado. El Señor Jesús lo sabe, por eso promete enviar desde el Padre al Espíritu Santo, para que abriendo las mentes de los discípulos les enseñe todo, y les vaya recordando todo aquello que han escuchado de su boca.
Nos ocurre a nosotros lo mismo. Es necesario no cuestionar la Palabra o la predicación, pretendiendo interpretarla o entenderla con solo nuestra razón. Es necesario dejarla caer en nuestro corazón como lluvia fina que lo vaya empapando, para que llegue a dar fruto en el momento oportuno.
El Señor no solo nos habla por la Palabra o la predicación, lo hace también mediante los acontecimientos que tienen lugar en nuestra vida. Alegrías, disgustos, enfermedades, dificultades de todo tipo, etc., son aprovechadas por Dios para hablarnos en el día a día. En estos casos también es necesario tener el oído abierto para interpretar cuál es la voluntad de Dios, qué es lo que quiere decirnos a través de aquello que nos sucede. El discernimiento que necesitamos para ello, también se nos da en esta ocasión a través de la acción del Espíritu Santo.
En la última parte del evangelio el Señor dice a los discípulos: «La Paz os dejo, mi Paz os doy: No os la doy como la del mundo». Él, conoce las tribulaciones por las que van a pasar los discípulos. Sabe que van enfrentarse a acontecimientos difíciles de entender, por eso la Paz que les ofrece es totalmente distinta de aquella que ofrece el mundo. Viene a ser como si les dijera: no temáis, tened mi Paz. Mi Paz no viene de afuera, es una Paz que nace del corazón.
También a nosotros nos ofrece el Señor su Paz. Una Paz que es capaz de hacernos pasar por encima de acontecimientos adversos, como enfermedades, muertes, disgustos familiares, paro, dificultades económicas, etc., etc., que son capaces de hacernos caer en tristeza y hasta en desesperación. Para esas situaciones de poco sirve lo que nos ofrece el mundo. Su paz es efímera. En cambio es el Señor el único capaz de darnos consuelo en esos momentos difíciles. Él es capaz de hacernos experimentar que todo lo que viene de su mano es bueno, y va orientado hacia nuestra salvación. Con Él, las cruces que cada día sufre todo el mundo a nosotros no nos aplastan, sino que sirven para experimentar que Él es el único capaz de hacernos caminar sobre las aguas encrespadas del mar de la vida, sin hundirnos. Esta experiencia ha de hacer que nosotros nos convirtamos en portadores de Paz. Ha de hacer que a través de nosotros, la Paz del Señor llegue a todos los que nos rodean.
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