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DOMINGO V DE PASCUA

DOMINGO V DE PASCUA

«AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 14, 21b-27 * Ap 21,1-5a * Jn 31-33a.34-35 

La mayoría de nosotros, si nos preguntaran ¿cuál es la señal del cristiano?, responderíamos con lo que aprendimos de pequeños en el Catecismo: La señal del cristiano, diríamos, es la Santa Cruz. Ésta es la respuesta que dábamos a la primera pregunta que formulaban casi todos los catecismos de aquella época.

Si la Santa Cruz es señal distintiva de los cristianos, es porque encierra en sí un signo mucho más elocuente a la hora de distinguir a un cristiano de otra persona que no lo es. Los primeros cristianos decían al ver la Cruz, que en ella veían al rostro radiante del Padre, y ese rostro, no es otro que el rostro del amor. La Cruz es la señal del cristiano, en tanto en cuanto, a través de ella queda manifiesto el inmenso amor con que nos amó el Señor Jesús. No se ha dado en toda la historia de la humanidad, un acontecimiento más grande que la figura del Hijo de Dios colgando en la Cruz, y entregándose por amor a todos los hombres.

El amor ha sido, pues, desde los albores del cristianismo el signo distintivo de los cristianos. Es conocida la frase de los paganos que admirados por los lazos de amor que unían a los primeros cristianos exclamaban: «Mirad cómo se aman».

Hemos hecho estas consideraciones previas, para que nos ayuden a penetrar en el sentido del evangelio de hoy. El Señor Jesús está a punto de ser inmolado. Conoce que su fin está próximo, que su tiempo se acaba. Quiere, por tanto, dar a sus discípulos las últimas instrucciones antes de partir. Por eso les dice: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a los otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros».

No existe otro mandamiento mayor. Cuando tú y yo nos amamos y perdonamos, estamos haciendo presente a Dios, a aquellos que nos contemplan. Dios es amor, nos dice san Juan, y aquel que ama muestra a los demás el rostro del Padre.

El Señor nos dice: «Amaos como yo os he amado». Y, ¿cómo nos ha amado el Señor?, preguntamos. El Señor ha dado su vida hasta la última gota de sangre, por ti y por mí que éramos sus enemigos. Se ha dejado matar para que tú y yo, que no merecíamos vivir, pudiéramos encontrar la salvación. Nos ha amado sin condiciones, sin exigirnos cambiar. Su amor es tan grande que ha cubierto totalmente nuestras miserias.

Podemos preguntarnos: ¿Estamos cerca o estamos lejos de amar en esta dimensión? San Pablo, en su Carta a los Corintios, nos ayuda a entender cómo es ese amor. «El amor es paciente, es servicial, no es envidioso, no busca su interés… todo lo cree, todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta. No toma en cuenta el mal…» Así es como Dios se comporta contigo y conmigo. Así es como nos ha amado el Señor Jesús, y quiere ahora que también nosotros amemos así. Es posible que, ni tu mujer, ni tu marido, ni tus hijos, ni tus parientes, tus amigos o vecinos, hayan experimentado nunca ese amor. Quizá por eso conocen poco a Dios.

Es necesario que entre los que nos llamamos discípulos de Cristo llegue a darse ese amor. Hoy, la gente que vive alejada de Dios no quiere escuchar palabras y se cierra a la predicación, pero, sin embargo, es sensible ante el testimonio de la vida. Es preciso que vean que tú y yo, que valemos poco, somos capaces de amarnos en una dimensión desconocida para ellos. Es necesario que vean que entre nosotros, que somos tan distintos, se da el verdadero perdón fruto del auténtico amor.

Quizá me digas que para ti esto es imposible. Cierto, es imposible para nosotros, pero aquí, el que tiene interés, el que quiere llevar adelante esta obra es Dios. Por eso será Él el que venga en nuestra ayuda dándonos su Espíritu, y haciendo posible aquello que para nosotros es imposible. Dejémosle obrar. No le pongamos impedimentos. 

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