DOMINGO I DE CUARESMA -C-
«… NO TENTARÁS AL SEÑOR TU DIOS»
CITAS BÍBLICAS: Dt 26, 4-10 * Rom 10, 8-13 * Lc 4, 1-13
En este primer domingo de Cuaresma vemos al Señor Jesús que, después de bautizado en el Jordán, es llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado. No debe causarnos extrañeza el hecho de que el Señor sea sometido a tentación. Hemos dicho en repetidas ocasiones que la naturaleza humana de Jesús, en nada se diferenciaba de la nuestra. Era hombre exactamente como tú y como yo. Por tanto, de la misma forma que tú y yo somos tentados por el maligno, así también Él, tuvo que soportar ser tentado por el diablo. Era indispensable que pasara como cualquiera de nosotros por esta experiencia. La única diferencia entre él y nosotros estriba, en que con frecuencia nosotros sucumbimos a la tentación y pecamos, mientras que Él no pudo en ninguna manera pecar.
Aunque muchas veces no les damos la importancia que tienen, tres son las grandes tentaciones a las que somos sometidos en nuestra vida. La primera tiene relación directa con la supervivencia. Tú y yo tenemos necesidad perentoria de asegurarnos la vida. Necesitamos, como se dice vulgarmente, asegurarnos los garbanzos. Queremos tener resueltas nuestras necesidades corporales, empezando por la alimentación. Para lograrlo, trabajamos, estudiamos, nos movemos y si es preciso, robamos.
La segunda tentación consiste en no aceptar nuestra historia. Las circunstancias en las que nos ha tocado vivir. Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos. Si por un momento tuviéramos el poder de Dios lo cambiaríamos todo, desde nuestro físico, hasta nuestra familia, nuestro trabajo, la pobreza, las enfermedades… El mundo que dejaríamos no se parecería en nada al que ahora tenemos.
Finalmente, la tercera tentación es la que nos hace caer en la idolatría. Aunque no seamos demasiado conscientes, aquel al que nosotros pedimos la vida, no es ni mucho menos Dios. Todos, consciente o inconscientemente, pedimos la vida al ídolo del dinero. Guerras, abusos, enfrentamientos familiares, y multitud de problemas, encuentran su origen, en el amor desmedido que tenemos al dinero.
Con estas tres tentaciones el maligno tienta hoy al Señor. Ya fueron las mismas a las que fue sometido el Pueblo de Israel, cuando caminaba por el desierto y se dirigía a la Tierra Prometida. Será, pues, muy importante para nosotros, ver cómo el Señor responde a cada una de estas tentaciones.
Después de cuarenta días de ayuno el Señor siente hambre, pero Él, tiene muy claro que no está la vida asegurada con los bienes materiales. Para ser feliz, no es lo primero tener satisfecho el estómago. Cuando uno come sacia el hambre física solo momentáneamente, pero luego tiene necesidad de volver comer. Sin embargo, hay un alimento que es capaz de saciar plenamente nuestro anhelo de felicidad. Ese alimento es «Toda Palabra que sale de la boca de Dios».
En la segunda tentación el maligno invita al Señor a no aceptar su situación actual, le hace hacer ver, entre otras cosas, que su origen, Nazaret, y su aspecto físico no son los que debería presentar un profeta. Le sugiere, por tanto, que llame la atención realizando un milagro, para que la gente se fije en él y por consiguiente, crea en él. La respuesta de Señor es rotunda: «No tentarás al Señor tu Dios». O dicho de otra forma, no obligarás al Señor a hacer un milagro innecesario.
En la última tentación, que podemos llamar tentación de los ídolos, el maligno ofrece al Señor todas las riquezas de la tierra. Todos los ídolos ante los cuales doblan la rodilla los hombres pidiéndoles la felicidad. Dinero, poder, sexo, salud… etc. «Todo esto te daré si te arrodillas delante de mí y me adoras». El Señor Jesús rechaza la tentación afirmando: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto».
Estas respuestas del Señor, nos han de ayudar a no dejarnos embaucar por el demonio, que sólo busca nuestra perdición.
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