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DOMINGO IV DE ADVIENTO -C-

DOMINGO IV DE ADVIENTO  -C-

«¡DICHOSA TÚ QUE HAS CREÍDO!»

 

CITAS BÍBLICAS: Miq 5, 1-4a * Heb 10, 5-10 * Lc 1, 39-45

 

Estamos llegando al final del Adviento. Hasta ahora la liturgia nos ha preparado para la manifestación del Señor Jesús en su segunda venida. A partir del día 18, nos anuncia de una manera inmediata la llegada del Señor en humildad en Belén, tomando carne como uno de nosotros.

  María ha recibido del ángel Gabriel la noticia de que el Señor Dios la ha elegido para ser madre del Mesías. Gabriel, le ha comunicado también la gozosa noticia de que su pariente Isabel, en su ancianidad, ha concebido un hijo y que ya está de seis meses aquella que llamaban estéril.

  El impulso inmediato de María es ponerse en camino hacia Judea para visitar a su prima. Por una parte, quiere compartir con ella el gozo de la elección que el Señor ha hecho en su persona. Por otra, quiere congratularse con ella y felicitarla por la gracia del embarazo que Dios se ha dignado concederle.

  Este encuentro es el que san Lucas nos narra hoy en su evangelio. María llega presurosa a la casa de Isabel, y ésta, sale a recibirla alborozada en cuanto oye su saludo. «Bendita tú entre la mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». Éstas son las palabras de Isabel. La respuesta de María, que no figura en el evangelio de hoy, es: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque se fijado en la pequeñez de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones…».

  Varias son las aplicaciones que de este pasaje podemos sacar para nuestra vida. En primer lugar, la Virgen, que ha recorrido un montón de kilómetros hasta llegar a la casa de Isabel, nos invita a que, como ella, también nosotros nos hagamos portadores de la buena noticia; que demos a conocer a todos los que nos rodean, las misericordias del Señor para con nosotros. Que no nos venza el respeto humano. No tengamos vergüenza de hacer partícipes a los demás de la presencia del Señor en nuestras vidas. Como creyentes, estamos llamados a ser sus testigos delante de aquellos que no lo conocen, o que ya lo han olvidado. Es posible que si tú y yo, no les hablamos de Dios, ya no lo haga nadie por nosotros.

Otra enseñanza que nos trae este pasaje, es la sorpresa y a la vez gratitud que Isabel muestra ante la presencia de María. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?», exclama. Y yo, te digo: ¿quién eres tú y quién soy yo, para que el Señor se fije en nosotros y nos esté llamando a vivir en su Iglesia? ¿Cuáles han sido nuestros méritos? Lo único que hemos aportado, nuestros únicos merecimientos, han sido y son, una serie de infidelidades, ingratitudes y  un montón de pecados.

  Sin embargo, tenemos que estar gozosos y agradecidos, porque nada de eso es motivo para que el Señor nos rechace. Él nos ama intensamente en nuestras miserias y en nuestros defectos. Nada hay que pueda hacer que Él retire de nosotros su gracia. Nos ama tal y como somos, y además lo hace gratuitamente, sin exigirnos nada. De ahí que podamos hacer nuestras las palabras de Isabel: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» ¿Quién soy yo para recibir tantos dones y tantos beneficios de parte del Señor?

  Para que esto sea una realidad, solo hace falta que, como María, también nosotros creamos en la obra del Señor, y merezcamos, por tanto, escuchar de labios de Isabel estas palabras: «¡Dichosa tú, que has creído!». ¡Dichoso tú que has creído lo que se te ha dicho de parte del Señor!

 

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