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DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

«HIJO DE DAVID, TEN COMPASIÓN DE MÍ»

 

CITAS BÍBLICAS: Jer 31, 7-9 * Heb 5, 1-6 * Mc 10, 46-52

Cerca de 800 años antes de Cristo, el profeta Isaías ponía en boca del Señor refiriéndose al Mesías, las siguientes palabras: «Yo, Yahveh, te he llamado en justicia,   te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas». San Lucas, así mismo, en su evangelio, nos muestra al Señor Jesús en la sinagoga de Nazaret leyendo este pasaje del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos».

En las dos citas de Isaías podemos comprobar, cómo uno de los signos que harán presente al Mesías, es precisamente el hecho de devolver la vista a los ciegos. Esto lo sabe muy bien el ciego del evangelio de hoy, que está sentado a la entrada de Jericó pidiendo limosna. Probablemente no ha sido ciego durante toda su vida, ya que no se menciona que naciera ciego. Podemos imaginar también, que ha buscado remedio a su ceguera con todos los medios a su alcance, si lograr ver de nuevo. Hoy, al escuchar el tumulto de gente que se acerca al pueblo, pregunta: ¿Qué ocurre? ¿De qué se trata? Es Jesús Nazareno que pasa, le contestan.

Al enterarse de que es Jesús el que se acerca, empieza a gritar con todas sus fuerzas una y otra vez: «Hijo de David, ten compasión de mí». Los que están a su lado intentan hacerle callar, pero él, grita aún con más fuerza. El Señor Jesús, en un principio no se detiene, pasa de largo, pero esto no resta ímpetu al ciego, que continúa gritando: «Hijo de David, ten compasión de mí». Al final el Señor se detiene y llama al ciego, que dejando el manto se postra a sus pies. «¿Qué quieres que te haga?» le pregunta. «Señor, que vea» contesta el ciego. «Anda, tu fe te ha curado» le dice Jesús.

Toda Palabra de Dios es viva y eficaz. Cuando se proclama busca a alguien que la acoja y la haga suya. También hoy sucede esto entre los que hemos escuchado este fragmento del evangelio de san Marcos. ¿Te sucede a ti como al ciego de Jericó? ¿Te has dado cuenta, en primer lugar, de que también tú estás ciego? ¿Qué eres incapaz de ver el amor de Dios en tu vida? ¿Qué tu egoísmo te impide ver a los demás, que sufren y que necesita tu ayuda y tu comprensión? ¿No es cierto de que en los asuntos de cada día haces en primer lugar aquello que a ti te conviene, sin importarte demasiado los intereses de los demás?

Si es así, estás de enhorabuena, porque Jesús, el Hijo de Dios, ha sido enviado por el Padre para devolver la vista a los que, como tú, solo saben mirarse el ombligo, y les tiene sin cuidado lo que ocurra a los demás.

Tú quieres ser feliz, pero tu egoísmo te impide experimentar la inmensa felicidad que produce ayudar a los demás, gratuitamente, sin esperar nada a cambio. Es una felicidad que nunca podrá darte el mundo, ni aquellos que te rodean.

Te invito a hacer aquello que ha hecho el ciego. En primer lugar, reconoce en el Señor Jesús a aquel que puede curar tu ceguera de egoísmo, y luego, grítale. Dile que tenga compasión de ti que eres un pecador. Insiste en tu oración. Es fácil que al principio también el Señor pase de largo sin atenderte. Lo hace como acicate para que tú insistas en la oración sin desmayo. Verás que al final se detiene y te pregunta: «¿Qué quieres que te haga?». Dile entonces lo que necesitas. Dile que te abra los ojos para comprobar que no estás solo en el mundo, que hay otras personas que necesitan tu ayuda. Que te dé fuerzas para olvidarte de ti mismo en favor de los demás. Si lo haces así, te aseguro que luego sabrás lo que es la verdadera felicidad.

 

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