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DOMINGO VI DE PASCUA -B-

DOMINGO VI DE PASCUA  -B-

«AMAOS COMO YO OS HE AMADO »

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 10, 25-26.44-48 * 1Jn 4, 7-10 * Jn 15, 9-17

 

El amor es lo que distingue a una persona que es cristiana de otra que no lo es. En esta frase hay dos palabras que necesitan ser aclaradas convenientemente. La primera de ellas es la palabra amor. ¿Qué es el amor? El único amor cristiano, el auténtico, es el que contemplamos cuando miramos al Señor Jesús clavado en la cruz. Ese es el amor que perdona sin límites, hasta el punto de excusar ante el Padre, a aquellos que le han llevado al suplicio de la cruz. Cristiano es el que ama y perdona a su enemigo hasta las últimas consecuencias. Así amaron y murieron los mártires. Así murió Esteban pidiéndole a Dios: «Padre, no les tengas en cuenta este pecado».

San Pablo en su primera carta a los Corintios dice hablando del amor: «es paciente, es servicial; no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta». Como podemos comprobar, el amor que nosotros conocemos dista mucho de ser el verdadero amor.

La otra palabra que es necesario aclarar es la palabra cristiano. Podríamos pensar que cristiano es aquel que ha recibido el Bautismo, sin embargo esto no es cierto. Cristiano es aquel que tiene el espíritu de Cristo y que por lo tanto, sus obras son las obras de Cristo. San Pablo dice: «El que no tiene el espíritu de Cristo, no le pertenece». ¿Cuál es la señal que indica que una persona tiene el espíritu de Cristo? Santiago dice: «Dime cuáles son tus obras y te diré cuál es tu fe». Si haces las obras de Cristo, sin duda eres cristiano. Si nos las haces aunque estés bautizado, no lo eres. El Bautismo no actúa sobre el que lo recibe de una manera mágica. El Bautismo nos entrega un embrión de fe, que necesita ser cultivado, ser cuidado, para que se desarrolle y llegue a dar frutos de vida eterna

Todo este preámbulo viene a desembocar en lo que es el eje y centro del evangelio de este domingo. Jesús está a punto de consumar su misión. Está dando a los discípulos las últimas recomendaciones, las últimas enseñanzas. Sabe que son dos los signos que han de arrojar sus discípulos para que la gente crea que Él, es el enviado de Dios para salvar a los hombres. Estos dos signos son: por un lado el amor y por otro la unidad. «Amaos unos a otros como yo os he amado. …En esto conocerán todos que sois mis discípulos». El amor es un signo inequívoco de la presencia de Dios. No olvidemos que Dios es amor y donde hay amor allí está Dios. ¿Cómo me ha amado el Señor?, preguntas. Te ha amado hasta el extremo. Te ha amado en la dimensión de la Cruz, y ahora, dándote su Espíritu, quiere que tú reproduzcas entre los que te rodean ese mismo amor.

Ese amor era el que en los primeros siglos del cristianismo hacía exclamar a los paganos: “Mirad, cómo se aman”. Era la forma que tenía la primitiva Iglesia de llamar a la fe, a aquellos que todavía no conocían a Jesucristo. Este medio para llamar a la fe que tenía la Iglesia primitiva, no ha quedado obsoleto, sigue en vigor hoy más que nunca. Es muy poca la gente que pisa las iglesias y por lo tanto no tiene ocasión de oír la Palabra y la predicación. Sin embargo en un mundo lleno de egoísmo y rivalidades, en donde cada uno solo busca su interés, el amor visible de los cristianos es como un foco potente que ilumina la oscuridad de la vida, haciendo presente en ella a Dios.

El Señor nos ha elegido para eso y hoy nos dice: «No me habéis elegido vosotros a mí,  sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca;  de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda». 

 

 

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