DOMINGO V DE PASCUA -B-
«YO SOY LA VID Y VOSOTROS LOS SARMIENTOS»
CITAS BÍBLICAS: Hch 9, 26-31 * 1Jn 3, 18-24 * Jn 15, 1-8
El fragmento del evangelio que hoy nos propone la Iglesia está tomado del discurso que mantiene el Señor Jesús con sus discípulos, poco antes de dar comienzo a su Pasión.
Hoy, una vez más, gusta utilizar parábolas que explican de manera gráfica, aquello que se relaciona con su persona y con su misión. Si el domingo pasado se mostraba como el pastor que cuida su rebaño hasta el extremo de dar la vida por sus ovejas, en esta ocasión se compara a la vid y a sus sarmientos. Él sabe que los que le escuchan conocen perfectamente cómo se desarrolla la vid y cómo brotan de ella los sarmientos, porque este cultivo abunda en Israel. Dice pues: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto». «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos».
Significa esto que Él es la vid y que a nosotros nos toca ocupar el lugar de los sarmientos. De ellos nace el fruto si permanecen unidos a la vid recibiendo su savia. Tú y yo somos, pues, los sarmientos, y nos sucede que, separados del Señor, no podemos dar fruto alguno. Así lo afirma hoy en el evangelio: «…porque sin mí no podéis hacer nada». Por supuesto, que el Señor se refiere a que sin Él, no podemos hacer nada bueno. Obrar el mal lo tenemos siempre a nuestro alcance, pero no nos ocurre lo mismo a la hora de hacer el bien. Ya lo dice san Pablo en su Carta a los Romanos: «Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero».
Quizá nos preguntemos, ¿Por qué nos sucede esto? Pues sencillamente porque heredamos de nuestros padres el pecado, como ellos lo heredaron de los suyos. Por el pecado, en nuestro interior no habita el Espíritu Santo sino el maligno, y es él precisamente el que nos engaña y nos impide obrar el bien. Cuando recibimos el bautismo y éste se desarrolla, es el Espíritu Santo el que habita en nuestro interior y nos impulsa a obrar el bien, porque es Él, el que lleva cabo en nosotros el querer y el obrar.
Cuando se corta un sarmiento y queda separado de la vid, no puede vivir y se seca. Eso mismo es lo que nos sucede a nosotros cuando nos separamos del Señor. Es Él, es su gracia la que nos empuja hacia el bien. En este terreno no somos de ningún modo autónomos. No podemos buscar la vida por nuestra cuenta. La vida es Él, es el Señor el que vive y el que nos hace vivir. Dice también el evangelio que el Padre, «a todo sarmiento que no da fruto lo poda para que dé más fruto». Quizá nos preguntemos, ¿Cómo lo hace? ¿Cómo nos poda? Pues, sencillamente, nos corrige. Nos envía acontecimientos, siempre respetando nuestra libertad, para hacernos ver la necesidad que tenemos de Él. Dice la Escritura al respecto: «Yo a quien amo corrijo y reprendo».
El Señor Jesús también nos ha dicho: «Permaneced en mí y yo en vosotros». Esta es clave de la auténtica felicidad. Hemos de dar gracias al Señor que nos ha revelado este secreto que el mundo desconoce. Hemos sido creados precisamente para esto, para experimentar unidos al Señor Jesús la filiación divina. Estamos llamados a formar una solo cosa con Él, de manera que sea Él, el que desde nuestro interior llame a Dios ¡Abba! ¡Papá! ¡Padre!
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