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DOMINGO III DE ADVIENTO -B-

DOMINGO III DE ADVIENTO  -B-

«ESTAD SIEMPRE ALEGRES. EL SEÑOR ESTÁ CERCA»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 61, 1-2a.10-11 * 1Tes 5, 16-24 * Jn 1, 6-8.19-28

 

Llegamos al tercer domingo de Adviento, conocido como domingo de “Gaudete”. Esta palabra latina que podemos traducir por “alegraos”, hace referencia a la primera carta a los Tesalonicenses de san Pablo que se proclama hoy, en la que el Apóstol nos dice: «Estad siempre alegres». La razón de esta alegría no es otra que la proximidad de la venida del Señor.

 Tenemos un falso concepto de lo que supone la cercanía del Señor. Pensamos que cuando se hace presente siempre viene a complicarnos la vida. Esta idea es por completo falsa y es fruto de la religiosidad natural, en la que la figura de Dios no provoca una respuesta de amor, sino de miedo. ¿Cómo es posible que pensemos así, cuando Dios es un Padre que ama con locura a su criatura, al hombre, y se complace en verle feliz? El Señor Jesús dice al respecto refiriéndose a los hombres: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

 La invitación del Apóstol a la alegría, está en consonancia con la que ha de ser la actitud permanente del cristiano. El cristiano es el hombre feliz porque en su interior se sabe hijo de Dios. Sabe también que todos los acontecimientos que le ocurren, buenos o aparentemente malos, son fruto de la voluntad de su Padre del cielo, que no puede desear ni darle nada que no sea para su bien. El cristiano es el hombre feliz que vive abandonado a la voluntad de Dios. Por eso dirá san Francisco de Sales refiriéndose al cristiano: “Un santo triste, es un triste santo”.

 En el evangelio de hoy, san Juan, nos presenta a otro Juan. Se trata de Juan el Bautista, que ante la inminente llegada del Mesías está en el Jordán impartiendo un bautismo de conversión. Está llamando al hombre a ser sincero consigo mismo. Le invita a reconocer sus miserias y pecados, para poder recibir al Señor con un corazón contrito y humillado. Un corazón limpio de odios y rencores.

 Juan es el Precursor humilde que no se arroga ningún título ni privilegio. Él solo es la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino al Señor. Enderezad sus senderos». «Yo, dirá Juan, bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia… Él os bautizará con Espíritu Santo».

Hoy las palabras de Juan han resonado para nosotros. Hoy, Juan, nos dice: ¡Convertíos! No tengáis miedo de reconocer vuestras infidelidades y pecados. El Señor viene a perdonar, a sanar lo que está enfermo. No viene a exigirnos nada. No viene a pedirnos cuenta de nuestras faltas. Viene como luz a iluminar las tinieblas en las que nos tiene sumergido el pecado.

 El Señor se conforma con que nosotros, humildemente, reconozcamos que queremos hacer las cosas bien, pero que somos incapaces de llevarlas a cabo. Que reconozcamos que nuestras pasiones nos dominan y que somos impotentes para frenarlas. Él, no pide más, se conforma con un corazón humilde, con un corazón que no se defienda, que no tenga miedo a reconocer sus debilidades y sus pecados. En resumen, un corazón bien dispuesto. El resto corre por su cuenta. 

 

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