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DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

«NO CONVIRTÁIS EN UN MERCADO LA CASA DE MI PADRE» 

 

CITAS BÍBLICAS: Ez 47, 1-2. 8-9. 12 * 1Cor 3, 9c-11. 16-17 * Jn 2, 13-22

Hoy correspondería celebrar el domingo treinta y dos de tiempo ordinario, pero por coincidir con la fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán, la liturgia estará toda ella centrada en esta fiesta.

La Basílica de Letrán fue construida por el emperador romano Constantino en honor de Cristo Salvador, como sede de los obispos de Roma. Es pues la catedral del Papa en Roma. Es una de las iglesias más antiguas de la cristiandad y es el nexo de la unidad entre todas las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo, con Roma.

El templo es símbolo de Cristo Resucitado. De él, como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura, brota una corriente de agua viva símbolo del Bautismo. Esta agua capaz de regenerar y limpiar los pecados de aquellos que se bañen en ella, hace que, por su virtud, lleguen a dar abundantes frutos de vida eterna. Este templo es casa de oración, lugar de encuentro con el Señor Resucitado. Él es el Camino, la verdad y la Vida. Es el único a través del cual podemos alcanzar la salvación.

En el evangelio de hoy nos muestra san Juan al Señor Jesús en el templo de Jerusalén, arrojando irritado a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, que sin tener consideración al lugar santo, lo han convertido en un mercado. «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre», dice el Señor.

Este pasaje encuentra exacto cumplimiento en nuestra vida. Nuestro cuerpo es templo del Dios vivo. Así nos lo dice san Pedro en su primera carta: «Vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo». También lo dice san Pablo en su primera carta a los Corintios: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios y que no os pertenecéis?».

Teniendo esto presente podemos preguntarnos ahora: ¿Qué uso hacemos de nuestro cuerpo como templo de Dios? ¿Es nuestro interior semejante al que encuentra el Señor en el evangelio de hoy? Si pudiéramos hacer una radiografía de nuestro interior, seguramente nos asombraría descubrir que el panorama es muy semejante al que aparece ante el Señor Jesús al llegar al templo.

En primer lugar, en vez de encontrar habitando en él al Espíritu Santo, nos encontraríamos con multitud de ídolos. En el centro nuestro amor al dinero. A él le pedimos cada día la felicidad. También encontraríamos otros ídolos: los afectos, la familia, el sexo, el trabajo, las diversiones, etc., cada uno con su altar particular en nuestro corazón. Ese panorama es muy semejante a lo que vemos televisión, cuando nos muestran el interior de las casas orientales. Nos llama la atención la multitud de pequeñas imágenes rodeadas de velas encendidas, y ver cómo los habitantes de la casa les piden ayuda en sus oraciones. Pues bien, exactamente así es nuestro interior, y exactamente eso es lo que hacemos con nuestros ídolos.

Pedimos la vida al dinero, porque estamos convencidos de que sin él es muy difícil vivir. Queremos que los que nos rodean, padres, hermanos, esposo o esposa, hijos, novia, amigos, etc., sean capaces de darnos el amor que necesitamos para llenar nuestro corazón. Pedimos también la vida al sexo, al trabajo, a la diversión, etc., sin darnos cuenta de que estos ídolos, como los de los orientales, son incapaces de satisfacernos.

Nuestro interior, que debería ser templo del Espíritu Santo, está lleno de negocios improductivos, de negocios ruinosos que no dejan espacio para que Él habite en nosotros. Por eso también a nosotros nos dice hoy el Señor: «Quitad esto de aquí y no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».


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