CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
«YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA»
CITAS BÍBLICAS: Las lecturas se toman de las Misas de difuntos.
Hoy correspondería celebrar el domingo XXXI de tiempo ordinario, pero como estamos a dos de noviembre y la Iglesia celebra en este día la Conmemoración de Todos los fieles Difuntos, la liturgia girará en torno a esta conmemoración.
Existen dos visiones radicalmente opuestas sobre la muerte. En una se considera este acontecimiento de una manera muy negativa, ya que supone el fin absoluto de la vida, y por lo tanto, el que muere vuelve definitivamente a la nada y no existe para él el menor atisbo de esperanza. En este caso la existencia del hombre es comparable a la de cualquier animal, pero con una particularidad que deja al hombre en desventaja. El animal vive pero no tiene consciencia de lo que supone su vida, mientras que el hombre vive y tiene conocimiento pleno de su propia existencia.
Esta concepción de la vida es rayana a lo absurdo. ¿Qué finalidad tiene mi existencia si emerjo de la nada y después de un tiempo más o menos largo vuelvo a la nada? ¿Cuántos han sido los millones de hombres que vivieron y de los que nadie guarda memoria? ¿Qué finalidad tuvo su existencia? ¿Se puede pensar en algo más absurdo?
La otra concepción de la vida es radicalmente opuesta. El hombre, salido de las manos del Creador, recibe la vida terrena como un regalo que es anticipo de la vida eterna, la vida sin fin para la que ha sido creado. Aparecemos en el mundo como fruto del amor de Dios, y tenemos como meta disfrutar de su presencia para toda la eternidad. Mi vida tiene así, una razón de ser.
¿Por qué si las cosas son así, el solo pensar en la muerte amedrenta? Porque hemos abandonado al Autor de la Vida y hemos perdido la razón última de nuestra existencia. Hemos pecado, y como dice san Pablo, el pecado, que es el aguijón de la muerte, ha sumido nuestra vida en un sinsentido. Si yo vivo en tanto en cuanto estoy unido a Dios, ¿qué sentido tiene mi vida cuando al pecar vivo como si Él no existiera? La muerte que engendra el pecado es una situación en la que ha desaparecido por completo la esperanza. Ni sé de dónde vengo, ni sé a dónde voy. La muerte me atenaza y no sé cómo vencerla.
Pero el Señor, rico en misericordia, no nos ha abandonado en nuestro desvarío. Ha suscitado una fuerza salvadora. Ha enviado al mundo a su propio Hijo con una carne mortal como la nuestra, para que como una esponja absorba por completo el veneno de nuestro pecado y nos veamos libres de la esclavitud de la muerte. Él, que dijo: «Yo soy la resurrección y la vida», ha penetrado en la muerte, y con su resurrección la ha derrotado por completo. Él, le ha dicho a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre».
Hoy, podemos preguntarnos como Jesús pregunta a Marta: «¿Crees esto?» ¿Crees que la muerte es solo una puerta que se abre a la vida en plenitud? ¿Crees que existe la vida eterna? Con nuestra manera de actuar demostramos todo lo contrario. Ante la muerte en vez de reafirmar nuestra esperanza en la vida eterna, caemos con frecuencia en situaciones que están muy cercanas a la desesperación. Ciertamente, el dolor ante la separación física de aquellos a los que amamos, es completamente normal. Lo anormal sería lo contrario, pero ignorar que la muerte no es el final, que existe el cielo y que nuestros familiares y amigos gozan de una vida que no acaba, es señal evidente de que tenemos poco de cristianos. Cristiano es el que vive con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo.
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