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DOMINGO XXX DE TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XXX DE TIEMPO ORDINARIO  -A-

«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN»

CITAS BÍBLICAS: Éx 22, 20-26 * 1Tes 1, 5c-10 * Mt 22, 34-40

El hombre siente la necesidad imperiosa de llegar a ser feliz. Esta necesidad condiciona de manera más o menos consciente todas sus obras. Quizá no nos demos cuenta, pero casi todo lo que hacemos persigue en último término satisfacer nuestro yo, de manera que en el fondo, en nuestros actos, buscamos el ser, el construirnos personalmente. Este impulso es totalmente normal, porque el deseo de felicidad lo llevamos grabado en nuestros genes. Para eso y no para otra cosa hemos sido creados. Para ser felices eternamente.

 

Lo que sucede es que al desaparecer de nuestra vida la figura del Creador, buscando la satisfacción personal, buscando la felicidad, nos pasamos la vida dando palos de ciego. Queremos decir que el hombre pasa su existencia pidiendo la felicidad a los ídolos del mundo. Pide la felicidad en primer lugar al dinero, luego a la salud, al trabajo, a la familia, a la afectividad, al sexo, etc., pero halla como resultado que nada de eso logra satisfacer su corazón.

 

Hoy, precisamente, es un fariseo el que se acerca al Señor Jesús para plantearle esta cuestión. Le formula la pregunta del millón: «Maestro,  le dice, ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?». Dicho de otra forma ¿qué hemos hacer para ser felices, para alcanzar la vida eterna? La respuesta del Señor es inmediata: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser».  Y luego añade:  El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

 

Con esta respuesta el Señor Jesús nos da la clave para encontrar la verdadera y única felicidad. Poner a Dios como al único, como al primero, y amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, es el único camino para lograr la felicidad total. Aquí en el mundo con las restricciones propias que conlleva nuestra condición de pecadores, y luego en la otra vida, la felicidad plena y absoluta por toda la eternidad.

 

No podía ser de otra manera. La razón de nuestra existencia no es otra. Contra lo que el mundo diga, contra la opinión de los ateos y agnósticos, tú y yo hemos sido creados para ser amados y para amar. Ser amados, por Aquel que nos dio la vida por amor, y amar, a Aquel que nos dio la existencia. Porque Él nos amó primero, podemos nosotros a la vez devolverle el amor. Por otra parte, y aquí llega el segundo mandamiento, si mi corazón rebosa del amor de Dios, que es el que me da la razón de ser, no habrá ningún impedimento para que ame a mi prójimo con la misma intensidad con que me amo yo.

 

El problema se presenta cuando tú y yo hacemos mal uso de la libertad que Dios nos ha regalado. Él, quiso hacernos libres porque no podía soportar que nosotros le amáramos a la fuerza. Nosotros, sin embargo, llevados por nuestro orgullo, quisimos asemejarnos a Él y decidir por nuestra cuenta aquello que nos era o no era, conveniente. Esta conducta rompió por completo el lazo que nos unía a Dios y que nos hacía experimentar la felicidad. Ahora, lejos de Aquel que nos dio la vida, pedimos a los ídolos del mundo que satisfagan nuestra hambre de ser felices, sin poder llegar a alcanzarlo.

 

Por eso, el Señor Jesús viene hoy en nuestra ayuda y nos recuerda que lo único que cuenta, lo único que nos hará felices, es arrojar lejos de nosotros esos ídolos que en vez de darnos la vida nos esclavizan, y volver a tener al Señor Dios como al único. Amarle con todo nuestro ser, y amar a aquellos que nos rodean con la misma intensidad con que nos amamos a nosotros mismos, colmará por completo el ansia de felicidad de nuestro corazón. Esta tarea, que para nosotros resulta imposible, Él la hará posible con la fuerza de su Espíritu, si de verdad nosotros lo deseamos.    

 

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