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DOMINGO XXVIII DE TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XXVIII DE TIEMPO ORDINARIO  -A-

«PORQUE MUCHOS SON LOS LLAMADOS Y POCOS LOS ESCOGIDOS»

CITAS BÍBLICAS:  Is 25, 6-10a * Flp 4, 12-14.19-20 * Mt 22, 1-14

Hoy, como en semanas anteriores, el Señor Jesús mediante parábolas muestra a sus discípulos cómo es o a qué se asemeja el Reino de los Cielos.

Como ya hemos dicho en repetidas ocasiones, cuando el Señor alude al Reino de los Cielos, no está haciendo referencia a lo que nosotros conocemos como el cielo. El Reino de los Cielos, como dirá en otro evangelio, está en medio de nosotros, porque el Reino de los Cielos es precisamente su Iglesia. Es interesante, pues, que cuando oigamos estas parábolas, tengamos in mente que está refiriéndose al Reino de los Cielos aquí en la tierra que es su Iglesia.

Hoy compara a su Iglesia con un rey que celebra la boda de su hijo. Todo está a punto para el banquete. Solo faltan los invitados. Por eso, envía a sus criados para que comuniquen a aquellos a los que ha invitado, que se apresuren porque está todo ya dispuesto. Sin embrago, cuál no será su sorpresa cuando uno a uno van excusándose todos, porque tienen alguna obligación que cumplir, que les impide la asistencia. Incluso hay algunos llegan a maltratar a los enviados.

El rey monta en cólera y ordena a sus criados que salgan a los cruces de los caminos, para que inviten a todos aquellos que encuentren, malos y buenos, de manera que se llene la sala del banquete.

Esta parábola se refiere en un principio a la invitación que Dios-Padre hizo a través de la historia al pueblo elegido, para formar parte del Reino del Mesías. Sabemos ya su respuesta. No solo despreciaron tomar parte en Él, sino que atropellaron y mataron a los enviados, a los profetas. Esta actitud benefició a todos aquellos que no siendo miembros del Pueblo de Dios, los gentiles, respondieron a la invitación y tomaron parte en el banquete mesiánico. Entre ellos estamos tú y yo, como ya señalábamos la semana pasada. La obcecación y ceguera de la mayor parte del pueblo elegido, nos abrió a nosotros las puertas de la Iglesia, haciéndonos partícipes de los dones que hasta entonces solo habían disfrutado los miembros del pueblo hebreo.

Es necesario ser conscientes de que esta parábola, que en un principio iba dirigida a los escribas y fariseos y a todos aquellos que no supieron descubrir en el Señor Jesús al Mesías, tiene también hoy aplicación a nuestra vida. Como ya hemos dicho, tú y yo hemos sido llamados a formar parte de la Iglesia. El Señor ha dispuesto para nosotros la misión de anunciar y de hacer presente su Reino a través de nuestras vidas. Nos ha invitado a disfrutar de las bodas de su Hijo. Yo, sin embargo, me pregunto: ¿Cuál ha sido y sigue siendo nuestra respuesta? ¿Hemos sido dóciles a su llamada y estamos dispuestos a extender su reino para que otros lleguen a conocer su amor, o por el contrario, atendemos a nuestros negocios, familia, trabajo, diversión, etc., y dejamos de lado la misión que el Señor ha dejado en nuestras manos?

Con frecuencia no nos damos cuenta de lo que supone ser miembros de la Iglesia. Nos limitamos a cumplir con las prácticas de devoción. Vamos a misa, confesamos nuestros pecados de vez en cuando, colaboramos con mayor o menor entusiasmo en las colectas que se llevan a cabo durante el año, y poco más. En eso se resume nuestra vida de fe, nuestra vida cristiana. Todo lo que hacemos tiene para nosotros solo la finalidad de alcanzar nuestra salvación. Esa manera de ser cristianos carece de proyección hacia el exterior, hacia los demás. Para eso no nos ha llamado el Señor a su Iglesia. El Señor nos ha llamado a ti y a mí, para que la salvación llegue también a aquellos que conviven con nosotros y que están alejados de su Iglesia. Es necesario que también a esos llegue la buena noticia. Es necesario que también esos lleguen a conocer cómo les ama el Señor. Mira, es posible que si tú y yo con nuestro comportamiento, con nuestro testimonio no hacemos que el Reino de Dios les alcance, nunca lleguen a enterarse del inmenso amor que Dios siente por ellos.

Ciertamente, para que todo esto sea una realidad, necesitamos fortalecer nuestra fe. Necesitamos ponernos a la escucha de la Palabra de Dios y atender a la predicación. Necesitamos mediante la oración pedir al Señor que nuestras obras de cada día estén siempre de acuerdo con su voluntad, de manera que no seamos escándalo para nadie. Nosotros, que somos débiles, necesitamos la fuerza del Espíritu Santo para llevar a cabo la misión a la que el Señor nos invita.

Sepamos, pues, responder a la llamada del Señor. No seamos como el invitado que no supo estar a la altura del banquete al que se le invitaba. Que por nuestra docilidad al aceptar la voluntad del Señor, seamos contados no solo entre los llamados, sino también entre los escogidos.

 



 

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