DOMINGO XXVII DE TIEMPO ORDINARIO -A-
«LA PIEDRA QUE DESECHARON LOS ARQUITECTOS ES AHORA LA PIEDRA ANGULAR»
CITAS BÍBLICAS: Is 5, 1-7 * Flp 4, 6-9 * Mt 21, 33-43
La parábola del evangelio de los viñadores homicidas, halla pleno cumplimiento en la figura del Señor Jesús. Dios-Padre para poder llevar a cabo la obra de salvación de todos los hombres, eligió a un pueblo, el pueblo de Israel. Lo trató con mimo exquisito. Le dio patriarcas y profetas. Lo sacó de la esclavitud de Egipto y le dio una tierra que, como dice la Escritura, era una tierra que manaba leche y miel.
Educó a Israel para que abandonando los ritos sacrificiales del resto de los pueblos, le diera culto en espíritu y verdad, de manera que lo fue llevando de los sacrificios rituales con animales, al verdadero sacrificio, a aquel que es el único que le agrada. Lo dice David en el salmo 40 «Mi sacrificio es un espíritu quebrantado. Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias».
Desde el principio el Señor anunció a su pueblo la salvación, ya que el hombre por haber usado mal del don de la libertad que había recibido, había caído en el pecado, le había abandonado y había buscado la vida dando culto a los ídolos. Pero, como vemos, la respuesta del pueblo de Israel escribas y fariseos, al plan de salvación de Dios, estuvo muy lejos de dar los frutos que el Señor esperaba. Él había ido a través de la historia a buscar fruto a su viña, pero los labradores, aquellos estaban al frente de la misma para trabajarla, se negaron a dar los frutos a sus enviados los profetas, y, no contentos con ello, acabaron con sus vidas.
Por último, en la plenitud de los tiempos, envió a su propio Hijo, pero, como dice la parábola, lo agarraron, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Vemos en esta descripción la figura del Señor Jesús, maltratado, despreciado y arrojado fuera de Jerusalén para ser clavado en una cruz.
Llega el momento de preguntarnos, ¿cómo es nuestra actitud? También nosotros formamos parte de la viña del Señor. Él nos ha llamado a formar parte de su Iglesia, y ¿cuál es con frecuencia nuestra respuesta ante los mimos y cuidados del Señor? ¿No usamos también los dones y beneficios que recibimos de sus manos, solo en nuestro provecho en vez de usarlos para bien de los que nos rodean? ¿Cuántas veces organizamos nuestra vida según nuestras conveniencias sin tener en cuenta al Señor?
Somos también como aquellos constructores, arquitectos, los llama el Señor, que en vez de edificar nuestra vida sobre la roca firme que es Él, la construimos sobre arena, sobre cosas materiales que no tienen consistencia y que cuando llegan las dificultades hacen que se derrumbe como un castillo de naipes.
El Señor dice a los escribas y fariseos: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos». Esto ya ha ocurrido en la historia. Si tú y yo estamos ahora en la Iglesia, que es el reino de los cielos aquí en la tierra, se debe a que el pueblo elegido por Dios no ha reconocido en el Señor Jesús al Mesías enviado por el Padre. Dice san Pablo que, hasta el día de hoy, un velo cubre sus mentes. Somos, pues, los beneficiarios de esta ceguera momentánea que sufre el pueblo de Israel, y que supone un tiempo de gracia para los gentiles, para ti y para mí. Sin embargo, hemos de tener presente que la historia se puede repetir. Se nos puede quitar el Reino. Hemos de pedir por tanto al Señor, la fuerza de su Espíritu para mantenernos fieles y poder dar así los frutos que Él espera de nosotros.
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