DOMINGO VII DE PASCUA -LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
«ID AL MUNDO ENTERO Y PROCLAMAD EL EVANGELIO»
En este día celebramos que el Señor Jesús, después de consumar su Pascua y de estar durante cuarenta días resucitado apareciéndose a sus discípulos, ascendió al cielo y está sentado a la derecha de poder de Dios.
San Pablo, en su carta a los Filipenses, nos dirá que por haber asumido la condición de esclavo, por no haber retenido ávidamente su divinidad, por haberse humillado hasta el extremo, Dios Padre lo levantó, lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.
Celebramos, pues, que uno de los nuestros, con la misma naturaleza humana, con un cuerpo, que si bien ahora es glorioso, es idéntico al nuestro, está sentado a la derecha de Dios y ha sido constituido Señor del universo.
Este acontecimiento no es en modo alguno ajeno a nuestra vida. El Hombre-Dios, Cristo Jesús, ha penetrado en el cielo. Nosotros, que somos su Iglesia, somos miembros de un cuerpo, del que Él es la cabeza. Del mismo modo que en el nacimiento de una criatura, cuando ésta saca la cabeza del vientre de la madre, inmediatamente le sigue el resto del cuerpo, así también nos ocurre a nosotros. Nuestra cabeza que es Cristo está en el cielo, y nosotros, su cuerpo, unidos a Él somos arrastrados penetrando también en el cielo.
Los acontecimientos vividos por el Señor Jesús a lo largo de su vida terrena, su entrega, su humillación y su muerte, hechos extremadamente negativos a los ojos del mundo, han sido el motivo de su glorificación. Si Cristo no hubiera pasado por ellos, no hubiera sido constituido por el Padre como Señor todo lo creado. La negación de sí mismo, los sufrimientos, los desprecios que padeció, fueron el camino de su exaltación.
Lo ocurrido al Señor Jesús, arroja luz sobre todo aquello que nos sucede a nosotros. Todos los acontecimientos de nuestra vida tienen sentido. Nada sucede en vano. Todo entra dentro del plan de salvación que ha diseñado el Padre para nosotros. Las humillaciones, los sufrimientos, la muerte, que tienen su origen en el pecado, escandalizan al mundo y le hacen blasfemar de Dios. Sin embargo, para los elegidos, para los creyentes, para nosotros, son el camino que lleva a la salvación.
Hemos dicho que el Señor Jesús está sentado a la derecha del poder de Dios. ¿Qué importancia tiene esto para nuestra vida? Cristo Jesús ascendido al cielo posee todo poder. Todo le ha sido sometido. Nosotros, que somos miembros de su cuerpo, aquí en la tierra seguimos bajo el dominio de mal. Muchos acontecimientos de nuestra vida nos desbordan. Con frecuencia no podemos resistir a las seducciones del mal. Se nos presentan enfermedades, problemas económicos, problemas familiares, etc., ante los cuales nos hallamos totalmente indefensos. Nos desbordan y hacen que experimentemos nuestra impotencia. También nos hacen sufrir nuestras inclinaciones pecaminosas, nuestros vicios ocultos, nuestro genio, nuestra soberbia, que van minando nuestro carácter y nos amargan la existencia. Pues bien, el Señor Jesús ha sido constituido por el Padre Señor de todo lo que nos amarga y nos hace infelices. Donde está tu impotencia, aparece su poder, donde está tu debilidad, se manifiesta su fuerza. Solo hace falta que tú y yo, en esos momentos en que se nos cierra el cielo, lo invoquemos, lo llamemos, le digamos con fuerza: ¡Señor, no puedo! ¡Ayúdame! Tengamos la certeza de que si ponemos en Él nuestra confianza, no quedaremos nunca defraudados.
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