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DOMINGO DE PENTECOSTÉS

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

«RECIBID EL ESPÍRITU SANTO»

 

CITAS BÍBLICAS:  Hch 2, 1-11 * 1Co 12, 3b-7. 12-13 * Jn 20, 19-23

Damos fin con este domingo a la Cincuentena Pascual. Han sido cincuenta días en las que hemos celebrado el acontecimiento primordial de nuestra fe: la Resurrección del Señor Jesús. Un acontecimiento que en ningún modo es ajeno a nuestra vida, ya que, como dice san Pablo, “Si hemos muerto con Él, sabemos que también resucitaremos con Él”.

El Señor Jesús, hombre como tú y yo, conoce nuestra debilidad. Conoce también la fuerza de la seducción del pecado, y conoce, por experiencia, la fuerza de la tentación. Sabe también, que el pequeño rebaño que ha elegido se encuentra sin Él, totalmente indefenso ante la sagacidad del maligno. Sabe que, cuando se han presentado las dificultades, sus discípulos le han abandonado a su suerte.

Hasta ahora, su presencia fortalecía la debilidad de aquellos que le seguían, que han entrado en tristeza ante el anuncio de su partida. Por eso les ha dicho: «No os dejaré huérfanos». Y también, «Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté con vosotros, el Espíritu de la Verdad».

Hoy, diez días después de su Ascensión a los cielos, el Señor Jesús cumple su promesa derramando abundantemente sobre su Iglesia el Espíritu Santo. Él va a tener como misión reunir y fortalecer a los que el miedo ha dispersado, haciéndolos testigos ante el pueblo de la Resurrección del Señor Jesús.

Todo lo que la Iglesia lleva a término en medio del mundo, es obra del Espíritu Santo. Por su acción hallan cumplimiento todas las promesas del Señor. Por su impulso podemos llevar a la práctica las enseñanzas que Él nos ha dejado. Sin Él, nos veríamos incapacitados para obrar el bien.

Muchas veces nos hemos referido a la misión para la que nos ha elegido el Señor. Hemos de continuar y actualizar su obra redentora en cada generación. El amor y la misericordia que él demostró tener hacia el pecador, hacia aquel que se equivoca, lo hemos de manifestar hoy nosotros. Tú y yo, estamos llamados a ocupar su lugar. Él nos ha elegido para que los demás, viéndonos a nosotros le vean a Él.

El Señor nos dijo un día: «Amaos como yo os he amado». Y, ¿cómo nos ha amado Él? Ha dado por completo hasta la última gota de su sangre para que tú y yo, que no teníamos remedio, que no teníamos salvación, pudiéramos salvarnos. Nos amó hasta el extremo cuando éramos sus enemigos. No nos exigió que cambiáramos de vida para poder amarnos. Nos amó en nuestro pecado y en nuestras miserias y nunca nos rechazó. Pues bien, ahora nos dice: «De la misma manera que yo os he amado, gratuitamente, sin exigiros nada, amaos unos a otros».

Tú, viendo cual es la misión que el Señor pone en tus manos, le dices: Señor, ¿Cómo voy a amar así, si soy un egoísta, si solo pienso en mí mismo, ¿cómo voy a amar a los que me hacen daño y me fastidian, si a duras penas me amo a mí mismo?

La respuesta del Señor es el envío del Espíritu Santo. Él es el que realiza en nosotros el querer y el obrar. Él es fortaleza en nuestra debilidad, sabiduría en nuestra necedad. Él viene a realizar en nosotros todo aquello que es voluntad del Señor y que nosotros, tarados por el pecado, somos incapaces de llevar a la práctica. Él está continuamente presente en su Iglesia. Invoquémosle, pidamos que venga en nuestra ayuda, y todo lo imposible se hará posible.

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