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DOMINGO IV DE PASCUA -DOMINGO DEL BUEN PASTOR

DOMINGO IV DE PASCUA -DOMINGO DEL BUEN PASTOR

«YO SOY EL BUEN PASTOR Y CONOZCO A MIS OVEJAS»

En este cuarto domingo de Pascua, la Iglesia nos hace presente al Señor Jesús en la figura del Buen Pastor. Durante su vida son bastantes las ocasiones en las que el Señor gusta presentarse ante sus discípulos, encarnando la figura entrañable del pastor. Dios-Padre también lo hace en distintos pasajes del Antiguo Testamento.

 

Tenemos el peligro de dejarnos influenciar por esas estampas bucólicas en las que aparece la figura del Buen Pastor, y llegar pensar que ese trabajo es algo idílico. No nos equivoquemos. Ser un buen pastor significa estar dispuesto por completo a defender al rebaño, y llegar a dar la vida por él si llega el caso. El Señor lo dice en repetidas ocasiones: «Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas».

 

Hoy, en esta sociedad tecnificada en la que vivimos, son muchas las personas que ignoran cuál es el trabajo, la misión, que desarrolla el pastor al frente a su rebaño. Ser pastor es algo más que dedicarse al cuidado de unos animales. Entre el pastor y las ovejas se establece un notable vínculo afectivo. El pastor conoce a cada una de sus ovejas por su nombre y ellas conocen su voz y le obedecen, como hoy lo dice el Señor en el evangelio: «Él va llamando por el nombre a sus ovejas… y ellas lo siguen porque conocen su voz».

 

El buen pastor ama a sus ovejas y las defiende de los ladrones y de las fieras del campo, hasta el extremo de dar su vida por el rebaño. Cuando se le pierde alguna no tiene inconveniente en dejar a las otras en el aprisco, y lanzarse en su búsqueda entre breñas y barrancos, poniendo en peligro su propia vida. Al encontrarla, no la maltrata ni la hace caminar a empellones. La oveja, por el miedo, está sucia, está mojada, llena de orines y suciedad, pero al pastor esto no le importa, y cargándola sobre sus hombros la devuelve con cariño al redil.

 

El trato que el buen pastor brinda a sus ovejas, es el mismo que el Señor usa con cada uno de nosotros. Él ha dicho repetidas veces: «Yo soy el Buen Pastor y vosotros sois mis ovejas». Para Él, no somos un simple número como lo somos en la sociedad civil, donde se nos identifica por el DNI. Él te conoce a ti y me conoce a mí por nuestro nombre. Conoce nuestras debilidades y nuestros gustos, como el pastor conoce los gustos y caprichos de cada una de sus ovejas. Él, no solo está dispuesto a dar su vida por cada uno de nosotros, sino que de hecho ya la ha dado. Él ha cargado sobre sus hombros toda nuestra suciedad y nuestro pecado y, como oveja muda, ha ido al matadero para que no fuéramos ni tú ni yo. Él es el único que nos ama incondicionalmente sin exigirnos nada, sin exigirnos para querernos que cambiemos de vida.

 

De la misma manera que el pastor marcha al frente del rebaño para llevarlo a frescos pastos y a fuentes tranquilas, el Señor camina delante de nosotros para llevarnos a la vida eterna. Para lograrlo es necesario que estemos atentos a su voz. Que seamos dóciles a su llamada y a sus indicaciones. Nuestra misión, pues, no es otra que la de seguir sus pasos y obedecerle. Él es también, como dice el evangelio de hoy, la puerta de las ovejas. La única puerta que lleva a la verdadera vida: «Quien entre por mí, dice, se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos».

 

 

 

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