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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

«AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD»

 

Abrimos con este domingo la Semana Mayor, la Semana Santa, en la que no solo recordamos los grandes misterios de nuestra salvación, sino que los revivimos actualizados en nuestra historia y los aplicamos a nuestra vida de fe.

En la vida del hombre el sufrimiento se hace continuamente presente, por ser el peaje que nos hace pagar el pecado. No fue así desde el principio, porque en plan de Dios al crearnos no estaba presente el sufrimiento, ya que su voluntad para con nosotros era la felicidad plena. Sin embargo, utilizando mal nuestra libertad, elegimos separarnos de Dios y como consecuencia saboreamos la muerte y el sufrimiento que ella acarrea.

El Señor Jesús, a pesar de no haber conocido el pecado, no estuvo exento del sufrimiento. Quiso asemejarse en todo a nosotros, para poder llevar a la práctica, con conocimiento de causa, la misión de ayudador, de salvador, que el Padre le había encomendado.

San Pablo nos dice hoy en su carta a los Filipenses, que el Señor, «a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos». De manera que no tuvo inconveniente en rebajarse hasta el extremo, sometiéndose incluso a la muerte y una muerte horrenda, la muerte de cruz.

El profeta Isaías, unos 700 años antes de Jesucristo, nos narra con una fidelidad asombrosa toda la Pasión del Señor. Lo muestra como varón de dolores, despreciado, golpeado, escupido, y entregado a una muerte inicua. Él, dice Isaías, Fue herido por nuestras faltas y molido por nuestras culpas. Él, soportó todos nuestros pecados y fue contado entre los malhechores, aunque no hallaron en él delito alguno.

En la Pasión que hoy se ha proclamado, vemos cumplida en el Señor Jesús la profecía de Isaías. En la Pasión no vemos otra cosa que el amor con que el Novio se entrega por completo a la amada, en una donación total. Le hace entrega hasta de la última gota de su sangre. La novia es la Iglesia. Tú y yo somos la amada por la que el Señor entrega totalmente su vida.

Has pensado ¿Para qué el Señor Jesús se somete a ese sufrimiento inhumano? La respuesta es sencilla: se anonada hasta ese extremo y se somete a ese sufrimiento brutal, para que tú y yo no tengamos que sufrir en nuestra carne, las consecuencias de nuestro pecado, es decir, la muerte. Tú y yo no tenemos salvación, si algo merecemos es la muerte eterna, pero el amor de Dios-Padre es infinitamente mayor que nuestras debilidades y pecados. Por eso no acepta, que el plan que él diseñó desde el principio para ti y para mí, se vea destruido por nuestra conducta, con la consiguiente victoria del maligno.

Al mismo tiempo, con su entrega total, el Señor Jesús nos muestra cuál es nuestra misión en este mundo. Somos sus discípulos. Hemos sido elegidos por Él como sus colaboradores. Por lo tanto, nuestra misión es también morir por nuestros semejantes cada día. Si no con una muerte cruenta, que también es posible, al menos muriendo a nosotros mismos en favor de los que nos rodean y en particular de nuestros enemigos, mostrándoles con nuestro amor y perdón, el amor y el perdón que el Padre les otorga. No debe amedrentarnos esta muerte, porque sabemos que fue vencida por la resurrección del Señor, de manera que tenemos la certeza de que también nosotros resucitaremos con Él. 

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