DOMINGO V DE CUARESMA
YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA
Aunque algunos no seamos conscientes de ello y otros no lo confesemos abiertamente, el mayor problema al que nos enfrentamos en esta vida, es precisamente la muerte.
Todos los hombres, también tú y yo, a causa del pecado nos hemos apartado de Dios que es el origen de la vida, y como consecuencia hemos caído en la esclavitud de la muerte. San Pablo dirá, muy acertadamente, que “el aguijón de la muerte es el pecado”. Y nosotros, que hemos pecado, saboreamos cada día la muerte a través de las enfermedades, a través de los enfrentamientos familiares, a través de la esclavitud a nuestros vicios, de los desprecios o del poco afecto que nos demuestran los demás. También experimentamos la muerte en los graves problemas económicos a los que tenemos que enfrentarnos, en el paro, etc., etc. en fin, todo sufrimiento que no somos capaces de afrontar, nos recuerda que somos limitados y que estamos sujetos inexorablemente a la muerte.
El evangelio de hoy, último de las catequesis bautismales que nos preparan a la celebración de la Pascua, nos trae la gran noticia: hay uno que tiene poder sobre la muerte, que puede liberarnos de su esclavitud y devolvernos la vida que tanto deseamos.
Hoy vemos al Señor Jesús que se dirige a Betania. Sabe que su amigo Lázaro está enfermo, pero ha dejado pasar unos días antes de ponerse en camino. Cuando llega a la aldea ya hace cuatro días que Lázaro ha muerto y está enterrado. Marta, hermana de Lázaro, al conocer que Jesús se acerca sale a su encuentro y al verle exclama: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano…» «Tu hermano resucitará», dice el Señor. «Ya sé que resucitará en el último día», responde Marta. Pero El Señor Jesús, dándole la gran noticia, prosigue diciendo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
El Señor se dirige con Marta y María hacia la tumba de Lázaro. Está conmovido y no puede reprimir el llanto. El amigo al que tanto quería está muerto. Está reacción del Señor nos hace patente una vez más su humanidad. Jesús, no es solo hombre en apariencia, lo es en toda la acepción de la palabra. En su anonadamiento, en su humillación al tomar nuestra condición mortal, su naturaleza divina ha quedado eclipsada por completo. Es totalmente hombre como tú y como yo, y sus sentimientos son como los de cualquier hombre.
El Señor Jesús había dicho a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá». Ahora, frente a la tumba de su amigo muerto, grita con fuerte voz: «¡Lázaro, ven afuera!». Al instante, y ante el asombro de todos, Lázaro aparece resucitado a la puerta de la gruta.
Hemos dicho al principio que tú y yo, a causa de nuestros pecados, estamos sometidos a la esclavitud de la muerte. Algo que, por más que nos empeñemos, no podemos evitar. No está en nuestras fuerzas derrotar a la muerte que cada día nos cerca. Por eso, hoy, el Señor Jesús nos dice como a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Nosotros que, como Lázaro, estamos atados por los lazos de la muerte y no tenemos poder para luchar contra ella, ¿creemos de verdad que el Señor Jesús tiene poder para salvarnos? ¿Qué Él es la solución que el mundo espera? No tengamos miedo, pues, acudamos a Él. La única condición que nos pone para liberarnos de la muerte, es que creamos en Él, en su poder.
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