DOMINGO I DE CUARESMA
Damos comienzo hoy a la Cuaresma que nos preparará a celebrar adecuadamente la Pascua. A través de la historia este tiempo no ha tenido demasiado buen cartel. Nombrar la Cuaresma era hacer referencia a un tiempo más bien desagradable. Las penitencias, los ayunos, la supresión de la celebración de nupcias solemnes, el color morado de los ornamentos y la prohibición de comer carne en determinados días, entre otras cosas, hacían que la gente no simpatizara demasiado con este tiempo litúrgico.
Esta visión negativa de la Cuaresma, ha sido debida principalmente a que hemos mal interpretado la importancia que tiene en nuestra vida fe. Todos los acontecimientos relevantes de la vida, como unas bodas o una primera comunión, etc., van precedidos de un tiempo en el que hacemos esfuerzos considerables para que todo salga de la mejor manera posible. También lo deportistas se someten a duros entrenamientos antes de entrar en competición. Para nosotros, los creyentes, el acontecimiento primordial, el más importante en nuestra vida de fe es la Pascua. En ella celebramos la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Señor Jesús, su Pascua. Para nosotros supone vernos libres de la esclavitud del pecado y de la muerte. Por tanto, hemos de ver este tiempo como un tiempo de gracia, un tiempo de ilusionada espera, ante la proximidad de nuestra liberación.
La Iglesia, para este primer domingo de Cuaresma nos presenta al Señor que es tentado en el desierto por el maligno. Ha estado en oración continua y en ayuno durante cuarenta días. Se encuentra débil y hambriento. El demonio aprovecha la ocasión para invitarle a que sacie su hambre convirtiendo unas piedras en pan, pero el Señor, que sabe que hay cosas en la vida más importantes que comer, que no quiere perder de vista la misión que el Padre le ha encomendado y responde: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
Con frecuencia nos ocurre a nosotros lo mismo. Una de las tentaciones más importantes que tenemos en la vida, es asegurarnos el pan, asegurarnos los garbanzos. Nos esforzamos, trabajamos noche y día, incluso no cuidando adecuadamente de nuestra familia. Queremos asegurar el porvenir de nuestros hijos, dando prioridad a las riquezas materiales. Y, cuando llega el fracaso, cuando nuestros hijos muestran inquietudes diferentes que no entendemos, solo se nos ocurre decirles: ¿qué quieres más? Te he dado todo. ¿Todo? No. Solo te has preocupado de lo material, y eso solo llena el estómago. No te dabas cuenta de que tu hijo necesitaba algo más.
A continuación, el maligno tienta a Jesús para que no acepte su realidad. ¿Cuál? Pues, que es un aldeano, con las manos llenas de callos por el trabajo manual y que no pertenece a ninguna clase social elevada. Así, ¿quién va a creer que eres el Mesías? Échate de la torre abajo, haz un milagro gordo delante de todos y creerán en ti. En otras palabras sal de tu realidad. No aceptes tu historia. Respuesta del Señor: «No tentarás al Señor tu Dios». No le harás hacer un milagro en vano.
Y tú, cuando te pones delante del espejo, cuando contemplas tu vida, la que el Señor quiere para ti, ¿cuántas cosas cambiarías? ¿Por qué estas insatisfecho y no aceptas tu historia, la de cada día, tu realidad? El maligno te invita a escapar de esa realidad y tú piensas que, si el Señor lo dejara en tus manos, lo harías mucho mejor.
Finalmente, la tentación de los ídolos: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». El maligno invita al Señor, a pedir la vida a los ídolos. También a ti te tienta del mismo modo. Te presenta al dinero, al poder, al sexo, etc., como a las fuentes de la felicidad. Todo lo tendrás, si les pides la vida, te dice. Pero la vida, la felicidad, únicamente reside en hacer la voluntad de Dios. Todo lo demás, es un espejismo. No te dejes engañar.
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