DOMINGO VII DE TIEMPO ORDINARIO -A-
«AMAD A VUESTROS ENEMIGOS. HACED EL BIEN A LOS QUE OS ODIAN»
La parte del Sermón del Monte que se proclama hoy, es quizá para nuestra mentalidad occidental la más difícil de entender, y por supuesto la más difícil de llevar a la práctica.
Nosotros tenemos un concepto de lo que es hacer justicia totalmente opuesto al que tiene el Señor. Pensamos que aquel que hace daño a un inocente merece un castigo. Pensamos que lo normal y justo es que aquel que obra en detrimento de otro, tenga que recibir la corrección adecuada. La sociedad civil actúa de este modo. Se defiende de los ladrones, asesinos, violadores, terroristas, etc., aislándolos en la cárcel de manera que no puedan volver a hacer daño de nuevo.
Eso mismo estaba contemplado en la Ley de Moisés: «Ojo por ojo, diente por diente», dice la Escritura. Tomada esta regla al pie de la letra, quizá nos parezca una barbaridad. ¿Cómo es posible, pensamos, que se exija al que ha hecho un daño que lo repare sufriendo la misma pena que él ha infligido? ¿Sacarle los ojos porque ha cegado a una persona? Parece una barbaridad. Sin embargo este precepto dado por Dios a su Pueblo, impedía que el castigo que se aplicara a un malhechor, superara, al tomar la revancha, el daño que él había causado.
Hoy el Señor, contra lo que nosotros podamos considerar justo, nos dice: Nada de «Ojo por ojo y diente por diente». «No os resistáis al mal». «Si te abofetean en la mejilla derecha, presenta también la otra». «Si te quitan la túnica, entrega también el manto». «Al que te pide, da, y al que te pida prestado no se lo reclames». Ante esto tú dices: ¡Imposible, esto es imposible! Esto supera mis fuerzas.
El Señor continúa diciendo: «Se dijo a los antepasados: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Pues yo os digo: “Amad a vuestros enemigos. Haced el bien a los que os odian. Rezad por lo que os persiguen. Bendecid a los que os calumnian». Si hacéis esto, seréis hijos de vuestro Padre del Cielo que hace salir su sol sobre buenos y malos y manda también la lluvia sobre los malvados».
Lo normal es que al escuchar esto digas: “Yo no puedo, yo no soy un santo”. Pues mira, el Señor, a sus discípulos, y tú quieres ser su discípulo, los elige para que sean santos, de manera que el los vea, vea en ellos al Señor Jesús. Esa es la misión del cristiano. ¿Cómo se enterará tu vecino del cuarto que te ha robado, o la vecina del sexto que te ha calumniado que Dios les ama y perdona? Cuando tú, discípulo del Señor, les ames y perdones.
El Señor quiere que tu comportamiento con los demás, sea el mismo que Él emplea contigo. ¿Sabes que nosotros no tenemos derecho al perdón? ¿Sabes que por nuestros pecados estamos condenados? Tú, que te llamas cristiano, sueles decir: “Yo al que me ha hecho daño, lo perdono, pero no olvido”. ¿Qué clase de perdón es ese? ¿Cómo se comporta el Señor contigo y conmigo? ¿Se apunta todas nuestras infidelidades, traiciones y pecados? Nuestro corazón, nuestro interior, es como una taza preciosa de porcelana fina, que se rompe en pedazos cada vez que pecamos. Cuando recibimos del Señor el perdón en el sacramento de la reconciliación, Él, no reconstruye de nuevo la taza pegando sus fragmentos, lo que hace es darnos una taza nueva. Borra y olvida por completo todo lo que hemos hecho mal. Volvemos a ser criaturas nuevas.
El Señor te dice: "¿Ves lo que he hecho contigo, que no he tomado en cuenta tus infidelidades y pecados, que te amo y que te perdono una y mil veces? Pues, con la ayuda de mi Espíritu, eso es lo que quiero que tú hagas con los demás. Tú no puedes, pero yo estoy en ti para que puedas".
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