DOMINGO VI DE TIEMPO ORDINARIO -A-
Continuamos con el Sermón del Monte, que no es otra cosa que el retrato, el perfil, de un verdadero cristiano.
El Señor Jesús dice que no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. Esto es así, porque como ya hemos dicho en otras ocasiones, la ley no está puesta para ser cumplida y conseguir la salvación a través de ella, sino para ayudar al hombre a reconocer sus pecados y a tener necesidad de recurrir a Dios ante su impotencia.
Nadie de nosotros puede conseguir la salvación mediante su esfuerzo. Para salvarnos es inútil apretar los puños. Si consiguieras tu salvación de esta manera, llegarías a exigirle a Dios que te la concediera. Ya no se haría presente su amor y misericordia hacia ti que eres pecador. Por el contrario, si Él te muestra el camino de la santificación y tú ves que no eres capaz de seguirlo, no tendrás más remedio que volver tu mirada hacia Él para decirle: “Señor, no puedo. Yo sé que lo que me propones es la verdad, pero aunque me esfuerzo, soy incapaz de llevarlo a la práctica. ¡Ayúdame!” Será entonces cuando experimentarás que Él está a tu lado dispuesto a echarte una mano. Será entonces cuando se cumplirá lo hoy dice el Señor, «No he venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento». Será Él que cumpla la ley en ti.
Lo que hoy nos dice el Señor, echa por tierra lo que nosotros creemos que es justo, según la justicia humana. En la ley antigua se decía: «No matarás». Hoy el Señor te dice: para matar no es necesario pegarle un tiro a otro, basta con que sientas en tu corazón rencor hacia él. Basta con que no perdones el daño que te ha hecho. Si obras así, ya estás matándolo en tu corazón. Si éste es tu caso, dice el Señor, antes de acercarte al altar, antes de ir a misa y comulgar, pídele perdón. Reconcíliate con él. Es más importante esto, que cumplir con tus deberes religiosos.
Otro mandamiento de la ley antigua decía: «No cometerás adulterio». En aquel tiempo, para cometer adulterio era necesario que un casado se uniera carnalmente a una mujer que no fuera la suya. Hoy el Señor nos dice: «También comete adulterio aquel que mira a una mujer casada deseándola en su corazón». ¡Qué diferente es todo esto a lo que vive hoy nuestra sociedad!
Hoy, que el divorcio está al orden del día, es interesante conocer lo que el Señor nos dice al respecto: «El que se divorcie de su mujer, la induce a adulterio y el que se case con una divorciada comete adulterio». No ocurría así en la antigua ley, porque estaba contemplado entregar a la mujer acta de repudio. Sin embargo, no es esa la voluntad de Dios. Dios quiere que por el bien de los propios esposos y también por el de sus hijos, el matrimonio sea indisoluble. Por eso, en la actualidad, la Iglesia no tiene potestad alguna para romper el vínculo de un matrimonio. Lo que si hace, es declarar la nulidad de un enlace, o sea, declarar que entre los contrayentes nunca existió matrimonio. Como vemos, no es lo mismo anular, que declarar nulo.
Si nos fijamos, todo lo que nos propone el Señor requiere navegar siempre contra corriente. Los valores que nos ofrece el mundo, están en contraposición con la voluntad del Señor. Es imposible hacer nada sin su ayuda. Pero nosotros tenemos la seguridad de que todo es posible cuando Él está a nuestro lado. Y Él está siempre con nosotros vivo y resucitado, y se complace en suplir con su poder nuestra debilidad.
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