DOMINGO XXVI DE TIEMPO ORDINARIO -C-
«AMA A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»
CITAS BÍBLICAS: - Am 6, 1a. 4-7 * 1 Tim 6, 11-16 * Lc 16, 19-31
El evangelio de este domingo trae a nuestra consideración la realidad del infierno. Una verdad que es dogma de fe, pero que ha pasado en la predicación de la Iglesia a un segundo plano, quizá para contrarrestar el abuso que de todo lo referente al infierno se hizo tiempo atrás en la vida de la Iglesia. Soy testigo de cómo vivíamos amedrentados cuando por nuestra fragilidad caíamos en el pecado. El horror a la condenación eterna nos oprimía el corazón, llegando incluso a impedirnos conciliar el sueño. Ignorábamos la misericordia divina y su gran amor hacia el pecador.
A partir del Concilio Vaticano II hemos ido conociendo la misericordia infinita del Señor que, odia al pecado porque, como padre amoroso, odia todo aquello que hace infeliz a sus hijos. Él sabe que el pecado, y el maligno que induce a cometerlo, hacen nuestra vida infeliz, y con el veneno que nos inculcan, producen en nosotros la muerte. De ahí que nuestro Padre odie radicalmente al pecado, y ame profundamente al pecador.
La existencia del infierno es una necesidad y a la vez un rasgo que demuestra el profundo amor de Dios para con el hombre. La salvación es, aunque no podamos alcanzarla con solo nuestro esfuerzo, una opción que entra dentro de la libertad que el Señor nos ha otorgado. Significa esto que, para salvarme, es necesario que yo acepte libremente esa salvación acogiéndome a la misericordia infinita del Señor. Su voluntad es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, pero si elijo libremente la condenación, el Señor no me salvará a la fuerza. Su ayuda, su gracia, sus inspiraciones, no me faltarán. Él hará todo lo posible para que yo cambie de actitud, pero nunca lo hará hasta el extremo de violentar mi libertad. Hemos de tener en cuenta que Dios no castiga al pecador arrojándolo al infierno, somos nosotros los que nos condenamos rechazando su salvación. El Señor nos corrige permitiendo acontecimientos que nos ayuden a cambiar de dirección, que nos empujen a la conversión sin llegar nunca a violentar nuestra libertad
Las consideraciones anteriores vienen al caso porque en el evangelio de hoy, san Lucas nos narra la parábola del rico Epulón y Lázaro, en donde se nos hace presente la existencia del infierno para aquellos que desean vivir a espaldas de la voluntad de Dios. Las circunstancias de la vida han sido muy distintas para Lázaro y para el rico Epulón. El primero ha conocido durante su vida la carencia de todo lo necesario para subsistir. Ha conocido el hambre, el sufrimiento, la enfermedad, la soledad… Epulón, por el contrario, ha nadado en la abundancia. Ha tenido de todo, riquezas, amigos, bienes de todo tipo… Sin embargo, en su comportamiento no ha tenido la sabiduría y astucia que veíamos en el administrador infiel. No ha sabido ganarse amigos con las riquezas injustas. Solo ha pensado en sí mismo y, por lo tanto, en el momento de su muerte no ha hallado ningún valedor.
El destino de estos dos personajes ha de ser sin duda totalmente opuesto. El Señor, que se complace en el pobre, que con frecuencia se erige como defensor del huérfano y de la viuda, y de todos aquellos en los que en vida se ha cebado la desgracia, compensa a Lázaro dándole una existencia feliz en su presencia. El Señor, que es justo y quiere hacer justo a Epulón, al quien también ama, le ha puesto cerca a Lázaro para que use con él de misericordia, cosa que no hace dejándose llevar por su egoísmo que lo aleja de Dios que es amor, sumergiéndose por tanto en el fuego eterno.
La justicia del Señor consiste en hacernos justos a los que somos injustos. Lo ha hecho lavando nuestros pecados con la Sangre de su Hijo, pero nos ha dado la libertad para que nosotros aceptemos o rechacemos esa salvación. En este mundo estamos de paso. Caminamos hacia la vida eterna. Nuestra salvación consiste en creer y aceptar la misericordia de nuestro Padre Dios. Para los que voluntariamente rechacen esta misericordia, Dios ha dispuesto un estado, un lugar, en donde puedan renegar de Él por toda la eternidad.
(El nombre del rico de la parábola no figura en la Escritura, hemos utilizado el que tradicionalmente se le ha atribuido)
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