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FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR -C-

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR -C-

«TÚ ERES MI HIJO, EL AMADO, EL PREDILECTO»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 42, 1-4.6-7 * Hch 10, 34-38 * Lc 3, 15-16.21-22

La Iglesia celebra hoy la Fiesta del Bautismo del Señor. Es el broche de oro que cierra el tiempo de Navidad. A partir de este mismo lunes, la liturgia volverá a lo que llamamos Tiempo Ordinario.

El Bautismo supone para la figura de Jesús de Nazaret, el fin de su vida oculta, de su vida privada, y el inicio de su vida pública. Jesús ha estado durante unos treinta años viviendo una vida semejante a la nuestra. Se ha ido desarrollando tanto en el aspecto físico, como en el espiritual. Han sido años en los que las enseñanzas de María y de José, y también aquellas recibidas en la sinagoga cada sábado, le han ido descubriendo y a la vez afianzando en el convencimiento de su condición divina. Esto que acabamos de afirmar no debe escandalizarnos. Aquel que nació en Belén y creció hasta la edad adulta en Nazaret sin duda era Dios, pero esa condición divina estaba por completo velada. Fue tal el anonadamiento de la Segunda Persona de la Trinidad, que en su condición humana llegó al extremo de ignorar su categoría de Dios. Fueron los acontecimientos que fue viviendo, los que, interpretados a la luz de las Escrituras, le llevaron al descubrimiento de su condición divina.

El hecho de conocer que Juan, su pariente, está bautizando en el Jordán, es un indicio que hace ver al Señor Jesús que es la hora de dar comienzo a la misión encomendada por el Padre. Lo ocurrido después de ser bautizado cuando se encuentra en oración, confirma que, ciertamente, el momento de iniciar su misión ha llegado. Será la voz del Padre al decirle «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto», la que ratifique esto.

Este pasaje del Bautismo del Señor tiene para nuestra vida una significativa importancia. Nos hace presente nuestro propio bautismo. Nuestro paso por el Jordán tuvo lugar, para la mayoría de nosotros, en nuestra niñez. No fuimos nosotros los que elegimos, sino que fueron nuestros padres los que decidieron que fuéramos incorporados a la Iglesia de Jesucristo. Por eso, entre los dos bautismos existe una diferencia sustancial. El Señor fue bautizado de adulto, después de haber vivido durante treinta años su particular catecumenado, o tiempo de preparación al Bautismo. Él, había llegado ya a la edad adulta en la fe. En nuestro caso no fue así, y se dispuso que nuestro catecumenado fuera un catecumenado postbautismal. Dicho de otra forma: que nuestro crecimiento particular en la fe se fuera desarrollando poco a poco a través de los años.

Ese crecimiento todavía hoy sigue en marcha porque constatamos que la mayoría no hemos llegado a la edad adulta en la fe. A aquella fe que da como frutos el amor a Dios por encima del dinero y de la familia, y el amor al prójimo hasta el extremo de perdonar de corazón a nuestros enemigos, a pesar de que buscan con todas sus fuerzas hacernos daño.

Para que nuestra débil fe se desarrolle y crezca, es necesario tener el oído abierto a la Palabra de Dios y a la predicación de la Iglesia, porque son los únicos medios capaces de hacer que nuestra fe se acreciente.

El Señor nos llama a ser otros cristos. A hacerle presente ante los demás mediante nuestra vida. Quiere que las palabras que ha pronunciado el Padre: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto», resuenen, hoy, para cada uno de nosotros.

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