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DOMINGO II DE ADVIENTO -- SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

DOMINGO II DE ADVIENTO -- SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

«ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA, EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO»

 

CITAS BÍBLICAS: Gen 3, 9-15. 2 * Flp 1, 4-6. 8-11 * Lc 1, 26-38

Aunque la Iglesia Universal celebra hoy el segundo domingo de Adviento, para España, y dado que la Inmaculada Concepción es la Patrona de nuestra patria, excepcionalmente, la Congregación para el Culto Divino ha autorizado la celebración de esta solemnidad, en lugar del domingo segundo de adviento

El evangelio nos presenta hoy a una jovencita, María, que, en una aldea perdida de Galilea, Nazaret, recibe la visita de un enviado del Señor que le anuncia que, si ella lo consiente, va a ser la madre del Mesías, la madre del Hijo de Dios hecho hombre.

María, abandonándose a la que es la voluntad del Señor, accede. El Espíritu Santo la cubre y es por obra de ese Espíritu, por el que, desde aquel mismo instante, empieza a formarse en su seno una criatura que es a la vez Hijo del Altísimo e Hijo de María. La obra de salvación diseñada desde antiguo por Dios entra así en la recta final.

El ángel, en su anuncio, la llama “llena de gracia”. Llena de gracia por voluntad de Aquel que todo lo puede. María, desde su concepción, no fue contaminada por el pecado ni durante un solo instante. No podía ser de otra forma. ¿Cómo imaginar que aquella que había sido elegida desde toda la eternidad como madre del Hijo de Dios, iba a estar ni un solo segundo en poder de su enemigo mortal? Solo la idea de que esto fuera posible repugna por completo a la razón.

¿En qué medida nos afecta a ti y a mí este acontecimiento primordial de la historia de salvación? Aunque no lo parezca nos coge de lleno, no sólo porque este hecho supone el inicio del cumplimiento de la promesa hecha por Dios de enviarnos un Salvador, sino, porque lo ocurrido en María es el modelo de lo que Dios ha dispuesto para cada uno de nosotros. La historia de María es tu historia y es mi historia. María eres tú y María soy yo.

Nosotros, los creyentes, estamos llamados a ver transformada nuestra naturaleza de pecado, en una naturaleza nueva, la de los hijos de Dios. Esto se lleva a cabo, como le ocurrió a María, en un proceso de gestación. A María fue el esperma del Espíritu el que la fecundó. A nosotros es el esperma de la Palabra, como la llaman los santos padres, el que penetrando en nuestro interior nos fecunda y hace que empiece en nosotros la gestación de un hijo de Dios.

¿Cuándo sucede esto? A nosotros, la gran noticia, el Kerigma, nos la ha dado la Iglesia al decirnos: “Dios te ama tal y como eres, con tus defectos, tus vicios, tus pecados y tus manías. Él no ha esperado a que cambies de vida para amarte, te ama tal y como eres, pecador. Él, para amarte, nunca te ha exigido que cambies de vida. Te ama con locura en tu realidad de pecado. No ama al pecado porque sabe que te hace infeliz, que te hace sufrir, pero a ti, pecador, te ama hasta el extremo de entregar a la muerte a su único Hijo, para liberarte de la muerte y, con su resurrección, devolverte a la vida. No contento con esto, lo ha constituido Señor y Kyrios de todo lo que para ti es imposible lograr, y que por no lograrlo te hace infeliz. Unido a Él, ya nada para ti es imposible”.

Esta palabra de salvación aceptada y guardada en el corazón, como hizo María, actúa como el esperma en el cuerpo de la mujer, y hace que se engendre en nosotros una nueva criatura, un Hijo de Dios. Esta criatura crecerá después de un período de gestación, que para nosotros es el catecumenado, hasta ser dada a luz en el bautismo. Advertimos que, en nuestro caso particular, y dado que se nos administró el bautismo de recién nacidos, es necesario realizar el catecumenado, siendo ya adultos.

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