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DOMINGO VI DE PASCUA -B-

DOMINGO VI DE PASCUA -B-

«ESTO OS MANDO: QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS» 

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48 * 1Jn 4, 7-10 * Jn 15, 9-17

Tú y yo, que nos llamamos discípulos de Cristo, es posible que nunca nos hayamos preguntado seriamente, qué distingue a un cristiano de una persona que no lo es. Si esta pregunta la hiciéramos a aquellos que frecuentan los sacramentos, es decir, a aquellos que regularmente van a misa, se confiesan, comulgan, etc., las respuestas serían dispares y, seguramente, serían pocos los que acertaran con la respuesta correcta.

El cristiano no es una persona que reza mucho. Hay otras religiones en las que sus miembros rezan mucho más que nosotros. Tampoco se distingue por hacer grandes ayunos, o por ser desprendido a la hora de hacer limosnas. Existen buenas personas que, sin ser cristianas, pertenecen a organizaciones dedicadas a ayudar a los demás de una manera altruista.

La respuesta a esta cuestión nos la da el Señor en el evangelio de este domingo. Nos dice: «Éste es mi mandamiento que os améis unos a los otros como yo os he amado». En otra parte del mismo evangelio añadirá: «En esto conocerán que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros». Viene a decirnos con esto que el distintivo, la señal por la que los demás distinguirán a los discípulos, es, precisamente, el amor mutuo.

El Señor nos ha dicho: «Amaos como yo os he amado». Yo, ahora te pregunto ¿cómo nos ha amado a ti y a mí el Señor Jesús? La respuesta es, hasta el extremo. De manera que no existe posibilidad alguna de manifestar mejor el amor. Nos ha amado entregando totalmente su vida por ti y por mí, que éramos sus enemigos, y que con nuestros pecados lo estábamos clavando en la cruz. ¿Se puede dar amor más grande?

Sin embargo, todavía podemos preguntarnos ¿por qué, precisamente, el amor es el signo del cristiano? La respuesta es muy sencilla. Nos la da san Juan en el trozo de su carta que se ha proclamado hoy: «Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios».

La esencia de Dios es el amor, o, dicho de otra manera, si Dios estuviera formado por materia, esa materia sería el amor. Significa esto que cuando en tu vida o en la mía, o en la de cualquier discípulo del Señor, aparece el amor, el que en realidad se está haciendo presente, es el mismo Dios. De ahí la importancia del mandamiento que nos entrega el Señor Jesús, poco antes de su pasión.

Vivir en el amor hará que los demás puedan ver a Dios a través de nosotros. Es una manera eficaz de evangelizar. Hacer presente a Dios a través de nuestras vidas. Me imagino lo que estás pensando. ¿Amo yo en esa dimensión? ¿Se da ese amor en mi vida? ¿Soy capaz de perdonar hasta el extremo de olvidar las ofensas de mi enemigo? Te doy ya la respuesta, no. Ni tú ni yo somos capaces con sólo nuestro esfuerzo. Sin embargo, el Señor no dice hoy en el evangelio que es Él el que nos ha elegido y nos ha destinado para que demos fruto. Por eso, quiere derramar sobre nosotros su Espíritu, para que aquello que para nosotros es imposible, como amar al enemigo, podamos hacerlo con la fuerza de su gracia.

 


 

 

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