FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - B -
«TÚ ERES MI HIJO AMADO, MI PREDILECTO»
CITAS BÍBLICAS: Is 42, 1-4. 6-7 * Hch 10, 34-38 * Mc 1, 7-11
Con este domingo damos fin al Tiempo de Navidad, que en este año ha sido muy breve.
En el evangelio de hoy, san Marcos, nos presenta al Señor Jesús que acude al Jordán para ser bautizado por Juan. El evangelista nos dice que apenas Jesús sale del agua, se rasga el cielo y baja sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma. Mientras tanto, se oye una voz del cielo que dice: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto».
Hemos aludido en alguna ocasión, al hecho de que el Señor Jesús a través de su vida ha ido adquiriendo consciencia de una manera paulatina de su condición divina. El Señor Jesús no es un dios disfrazado de hombre. Su naturaleza divina ha quedado por completo velada, por eso, ha necesitado desde pequeño ser educado en la fe como cualquier niño perteneciente al Pueblo de Dios. María y José le han dado a conocer a Dios y le han enseñado a llamarle Padre, a amarle sobre todas las cosas, y a tenerlo como lo más importante de su vida.
Lo vemos hoy acercarse al Jordán para ser bautizado, y es en ese mismo momento, cuando el Padre, desde el cielo confirma su filiación divina: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto». En la primera lectura, Isaías, ya hace presente la elección que el Padre ha hecho en la persona del Señor Jesús cuando dice: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero». Y poco más adelante: «Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones».
Quisiéramos ahora señalar la importancia de este acontecimiento para nuestra vida. Hoy, tú y yo, por beneplácito del Padre y sin ningún merecimiento por nuestra parte, ocupamos el lugar del Señor Jesús. Hemos sido elegidos por Dios, precisamente, para hacer visible a los que nos rodean la figura de Jesucristo. Hemos sido llamados, como dice san Pablo, a ser otros cristos. Al Señor Jesús no se le puede ver físicamente, pero sí conocerlo a través de sus obras. Y esas obras son las que tú y yo llevamos a cabo por la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. Decimos esto, para tener el convencimiento de que las palabras del Padre «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto», han resonado hoy para nosotros. El Padre, viendo encarnada en nosotros la figura de su Hijo, las ha repetido de nuevo.
Para terminar, señalar que todas las buenas obras que hacemos con nosotros y con los demás, son fruto de nuestro Bautismo. Por él, y cuando por la Palabra de Dios y la predicación de la Iglesia la semilla de fe recibida crece, es cuando somos capaces de dar frutos de vida eterna, es decir, hacer las mismas obras que Jesucristo: amar sin esperar recompensa, perdonar a los que nos ofenden y pedir perdón a los que hemos ofendido, etc. Todo esto, para el hombre de la carne es imposible, pero para la criatura nueva renacida en un Bautismo desarrollado y consciente, todo es posible. Es la fuerza del Espíritu Santo presente en su Iglesia y en nuestras vidas, la que nos permite morir al otro, la que nos permite amar sin condiciones…
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