DOMINGO IV DE ADVIENTO -B-
«HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR»
CITAS BÍBLICAS: 2 Sam 7, 1-5.8b-12.14a.16 * Rm 16, 25-27 * Lc 1, 26-38
Llegamos al final del Adviento. El evangelio que hoy la Iglesia pone a nuestra consideración, es una de las páginas más hermosas y a la vez más esperanzadoras de toda la Escritura. Dios-Padre se dispone a llevar a cumplimiento la promesa que hizo al principio de los tiempos a Adán y Eva, cuando al maldecir a la serpiente dijo: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar».
Esta promesa hecha al hombre después de haber caído en el pecado, y anunciada repetidamente a los patriarcas, a los profetas y a todo el Pueblo de Israel, Dios se apresta a cumplirla llegada la plenitud de los tiempos. Si entonces por una mujer entró el pecado en el mundo y con el pecado la muerte, ahora, por otra Mujer, quedará de manifiesto para el hombre el perdón de su pecado, como manifestación de las entrañas de misericordia de nuestro Dios.
San Lucas, en su evangelio, nos narra cómo Dios empieza a cumplir su promesa eligiendo como madre de su Hijo a una doncella de Israel. El pasaje no puede ser más entrañable. El ángel saluda a María con estas palabras: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres». Estas palabras que fueron para María la gran noticia, lo son hoy también para nosotros. Hoy, somos nosotros los destinatarios de este saludo. Hoy, por la misericordia de Dios-Padre y por el perdón que nos ha otorgado en su Hijo Jesús, somos colmados por su gracia, y revestidos, sin merecerlo, de la dignidad de hijos de Dios.
El ángel Gabriel anuncia a María que ha sido elegida por Dios para ser la madre del Deseado de las naciones, para ser madre de Aquel, que va a devolver al hombre su dignidad de hijo de Dios. María sólo acierta a decir al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». En las palabras de María no existe duda alguna sobre lo anunciado por el ángel, pero sí extrañeza de cómo se llevará a cabo. La respuesta del ángel aclara todas sus dudas: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios». Aunque María no exige prueba alguna de la veracidad de lo afirmado por el ángel, éste le comunica que, Isabel, su pariente, aquella a la que llamaban estéril, está ya en su sexto mes de embarazo, porque, «para Dios nada hay imposible». La respuesta de María no se hace esperar: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
Este pasaje también halla cumplimiento en tu vida y en la mía. Por el bautismo recibimos de la Iglesia un embrión que, convenientemente gestado y desarrollado, alcanzará a ser un hijo de Dios. Un hermano de Jesucristo. Si somos conscientes de lo que esto significa, también nos preguntaremos: ¿Cómo es posible esto si yo soy un pecador, si muchas veces vivo mi vida fuera de la voluntad del Señor? Pero, también a nosotros el ángel nos dice: “No temáis. El Señor conoce vuestras debilidades y no las toma en cuenta porque os ama entrañablemente. Tanto, que no ha dudado en entregar a su Hijo a la Cruz, para que su Sangre lavara por completo vuestras culpas. La obra es suya y la llevará adelante por medio de su Espíritu, porque para Dios nada hay imposible. Sólo pone una condición: que, como María, aceptéis sin oponer ninguna resistencia, que Él lleve adelante en vosotros su obra. La misma que realizó en María”.
Si somos conscientes del gran regalo que nos hace el Señor, nuestra respuesta no puede ser otra que la misma de María: «Hágase en mí según tu palabra».
0 comentarios