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DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

«PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO NOSOTROS PERDONAMOS»

 

CITAS BÍBLICAS: Eclo 27, 33 –28,9 * Rm 14, 7-9 * Mt 18, 21-35

La esencia de Dios es el Amor, pero el amor no es algo etéreo que flota en la nube. Para que el amor se pueda manifestar es necesario un ser que ame, y otro que sea el objeto de ese amor. Precisamente por esto, la mejor representación que tenemos de Dios es la Santísima Trinidad, porque hace posible que entre las tres divinas personas se dé el amor.

El Señor, cuando creó al hombre, dice la Escritura, quiso que su criatura fuera semejante a él, por eso lo hizo capaz de amar y a la vez capaz de experimentar el amor. De todas las criaturas creadas por Dios, únicamente en el hombre se da esta particularidad. Ninguna otra criatura puede libremente experimentar el amor, y a la vez ser capaz también de amar.

Una de las formas más eminentes de demostrar el amor es, sin duda, el perdón. El Señor nos manifiesta su amor perdonando todas nuestras infidelidades y pecados. Ya lo hizo patente en la Cruz de su Hijo Jesucristo, lavando con su sangre todas nuestras culpas, y llamándonos a su Iglesia para que también a través de nuestra vida se hiciera presente ese amor y ese perdón. Hoy, en el evangelio, cuando Pedro pregunta si debe perdonar hasta siete veces, la respuesta del Señor es total: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». Dicho de otro modo, para el perdón no hay límite.

Hoy somos nosotros los que hemos recibido el encargo de hacer visible ese amor y ese perdón, a todos los que nos rodean. De ello depende que a aquellos que no pertenecen a la Iglesia, les llegue la Buena Noticia de la Salvación. No son de extrañar, pues, las duras frases que en el Libro del Eclesiástico el Señor dirige a aquellos que, habiendo sido llamados a esta misión, no manifiestan en su vida el amor y la misericordia que Dios siente por todos los hombres.

Fijémonos en algunas de estas frases: «Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas». «Perdona las ofensas de tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas». «¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?». No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?».

Son frases muy duras pero necesarias, que muestran el amor de Dios y su celo por la salvación del pecador, poniendo de manifiesto a la vez, la importancia de la misión que él ha puesto en nuestras manos. Nos ha elegido como a sus discípulos, para que su salvación alcance a todos los hombres. Nosotros, por nuestra parte, no hagamos vano su amor. De ti y de mí depende la felicidad y la vida de aquellos que, por desconocer el amor y la misericordia de Dios, viven alejados de él ignorando la salvación que Dios, en su Hijo Jesucristo, ha dispuesto para todos los hombres. No pienses que la misión es demasiado grande para ti. El Espíritu Santo suplirá nuestras deficiencias, haciendo posible lo que para nosotros es imposible. Pidamos su ayuda.

 


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