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DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

«EL QUE TENGA OÍDOS QUE OIGA»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 55, 10-11 * Rm 8, 18-23 * Mt 13, 1-23

En el evangelio de este domingo la Iglesia nos ofrece una de las parábolas más conocidas: la Parábola del Sembrador.

Es una parábola muy relacionada con la evangelización. En nuestra vida, en nosotros, que nos consideramos discípulos del Señor, la Palabra de Dios tiene una importancia primordial porque, quizá, contra lo que se pueda pensar, es el único medio de que disponemos para hacer crecer nuestra fe. La fe no se adquiere ni con la oración, ni, incluso, con la práctica de los sacramentos. La única manera que tenemos de adquirirla es, mediante la Palabra de Dios y la predicación que sobre ella nos ofrece la Iglesia. Así lo afirma san Pablo en la carta a los Romanos: «la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo» 

Hoy, el Señor, en la Parábola del Sembrador, hará referencia a lo que estamos diciendo. La Palabra de Dios, recibida a través de su proclamación, y también, mediante la predicación, es como una semilla que cae sobre nosotros. Como ocurre con cualquier semilla al ser sembrada, es de vital importancia la tierra sobre la que se deposita. Si la tierra es fértil y está esponjosa, la semilla penetrará en ella y germinará con facilidad. Por el contrario, si la tierra está seca y árida, difícilmente podrá desarrollarse la semilla.

El Señor, hoy nos habla de tres tipos de tierra: aquella que está seca y árida como la de un camino, aquella en la que crecen espinos y abrojos, y aquella que es tierra fértil y bien cultivada, que desea recibir la semilla para que pueda dar fruto. Nuestra actitud ante la escucha de la Palabra es muy semejante a estos tres tipos de tierra. Podemos escuchar la Palabra con un corazón duro y seco que se queda indiferente o que incluso rechaza lo que a través de ella nos dice el Señor. Podemos recibirla también cargados de preocupaciones y problemas, que poco a poco ahogan la Palabra impidiendo que germine y pueda luego dar fruto. Finalmente, podemos en nuestro corazón necesitar escuchar una palabra de aliento y consuelo, frente a la historia de cada día, que enfrentamos con dificultad y que no podemos asumir con sólo nuestras fuerzas.

La Palabra de Dios escuchada con atención y recibida con un corazón dócil, tiene, como la semilla, la fuerza de germinar en nuestro interior para ir transformando nuestra vida, produciendo abundantes frutos de vida eterna. Mediante ella conocemos el amor que Dios nos tiene como a sus hijos, y nos enseña a amarle como Padre. Nos da fuerzas para aceptar los acontecimientos de nuestra vida, tanto los que consideramos buenos, como aquellos que nos desagradan. Es también un bálsamo que cura las heridas que produce en nosotros el pecado. Resumiendo, sin la escucha de la Palabra de Dios, nos es imposible ser cristianos, ser discípulos de Jesucristo. Es necesario, pues, poner los cinco sentidos cuando se proclama, teniendo la certeza de que es el mismo Señor Jesús el que nos está hablando.


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