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SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

«ÉSTE ES EL PAN QUE HA BAJADO DEL CIELO»

 

CITAS BÍBLICAS: Dt 8, 2-3. 14b-16a. * 1 Cor 10, 16-17 * Jn 6, 51-58

     La Iglesia pone hoy a nuestra consideración, un acontecimiento de una magnitud mucho mayor que el propio hecho de la creación del mundo. La locura divina en favor de aquellos para los que no había salvación, alcanza niveles que sólo cabe situar en la imaginación de un Dios todo amor, que opta por quedarse en medio de nosotros, no sólo para que le demos culto, sino para convertirse en nuestro alimento.

    El Señor Jesús sabe que ha llegado su hora. Que ha de realizar el encargo que ha recibido del Padre. Juan nos dirá que, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Por eso, antes de entregar su vida en la Cruz, quiere perpetuar hasta el fin de los tiempos su presencia en medio de nosotros, llevando a cabo el milagro más grande que jamás se haya realizado. Mucho más grande, como decíamos al principio, que la propia creación del universo.

    En esta ocasión, no se revestirá de la naturaleza humana para hacerse uno de nosotros, sino que se rebajará hasta convertirse en nuestro alimento, a fin de que al comerlo seamos nosotros los que nos vayamos transformando en otros cristos. Como discípulos del Señor estamos llamados a eso, a hacer presente en esta generación al mismo Cristo encarnado en nosotros. Es la única forma de que aquellos que nos rodean se encuentren con el Señor Jesús

   Quizá nunca lleguemos a darnos cuenta de lo que supone tener en nuestras manos en el momento de comulgar, al propio Dios. Se nos concede entonces algo que está vedado a los ángeles. Necesitamos la capacidad de asombro de un niño, para ser conscientes del don que se nos otorga. Aquel que hizo el cielo, la tierra y el universo entero, se deja comer por aquellos que con sus pecados le han llevado a la Cruz. ¿Cabe locura mayor? Quiere de esta forma perpetuar, y al propio tiempo actualizar su obra redentora. Quiere que con este alimento recibamos la fuerza necesaria para amar como Él nos amó, y perdonar como Él lo hizo en la Cruz.

    El Pueblo de Israel exclama y con razón en uno de sus salmos: ¿Hay algún pueblo que tenga a sus dioses tan cerca, como lo está de nosotros nuestro Dios?  Nosotros, herederos de aquel pueblo, podemos asegurar que hemos recibido esa cercanía en plenitud, y que la promesa de Cristo Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, la ha cumplido quedándose entre nosotros en forma de Eucaristía.

    De nuestro corazón ha de nacer un sincero agradecimiento, porque, sin merecerlo, el Señor Jesús, no sólo nos sienta a su mesa, sino que Él mismo se convierte para nosotros en el alimento que nos lleva a la vida eterna.


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