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DOMINGO IV DE CUARESMA -A-

DOMINGO IV DE CUARESMA -A-

«EL FUE A SILOÉ, SE LAVÓ Y VOLVIÓ VIENDO».

 

CITAS BÍBLICAS: 1 S 16, 1b.6-7.10-13a * Ef 5, 8-14 * Jn 9, 1-41

Este domingo, cuarto de Cuaresma, coincide con la Solemnidad de San José Esposo de la Virgen María. La liturgia, sin embargo, traslada esta solemnidad al lunes, dando preferencia así al tiempo de Cuaresma. Dentro de la liturgia, a este domingo se le denomina de “laetare”. Supone algo así como un alto en el camino penitencial de la Cuaresma. De luto aliviado, podríamos decir, por lo que cambiamos el color morado de los ornamentos, por el color rosa. Con esto, viene a decirnos, ánimo que la Pascua se acerca. Estad alegres.

Ya hemos podido comprobar la riqueza de los evangelios de estos domingos. Todos tienen un carácter netamente bautismal. No olvidemos que, en este tiempo, los catecúmenos que se han de bautizar la noche de Pascua, se preparan de una manera inmediata a recibir el Bautismo.

Hoy el evangelio nos muestra a un ciego de nacimiento que, de pronto y sin pretenderlo, se encuentra ante el Señor Jesús. Los discípulos preguntan: «Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres para que naciera ciego?». Jesús responde: «Ni éste peco ni sus padres… Está ciego para que se manifiesten en él las obras de Dios». A continuación, el Señor escupe en la tierra, hace un poco de barro con la saliva y se lo unta en los ojos al ciego, mientras le dice: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé». El evangelio sigue diciendo: «Él fue, se lavó, y volvió viendo».

La situación de este ciego es distinta a la del Ciego de Jericó. Nunca conoció lo que era la luz y, por lo tanto, tampoco tenía una necesidad perentoria de ser curado. Le ocurría lo que a ti y a mí que, como vemos, no tenemos consciencia de nuestra ceguera. No nos damos cuenta de que somos ciegos. De que somos incapaces de amar a los demás, sobre todo cuando ello supone negarnos a nosotros mismos. Somos ciegos, porque buscamos la felicidad en los ídolos del mundo: el dinero, el poder, el sexo, el trabajo, la familia, la salud, etc., sin darnos cuenta de que ninguno de ellos es capaz de llenar por completo nuestro corazón. Somos ciegos, finalmente, porque estamos convencidos de nuestra valía, que nos hace juzgar con facilidad a los demás, siéndonos muy difícil aceptar su corrección.

Necesitamos, como el ciego, que el Señor Jesús, su Iglesia, pase por nuestra vida, y ponga barro en nuestros ojos, para que tengamos necesidad de ir a Siloé, a la piscina del Bautismo, y también a la de la Penitencia, a fin de lavar nuestros pecados y recobrar la vista necesaria para ver que en el mundo no estamos solos, que no somos el ombligo del mundo, que somos mucho más débiles y más pobres de lo que nosotros nos creemos. Descubriremos también, que hay uno que no se escandaliza de nuestra pobreza, de nuestras miserias y pecados, y que nos quiere con locura en nuestra debilidad. Uno que no desea que demos la talla para enamorarse de nosotros.

Todo esto nos preparará a vivir intensamente la Pascua, celebrando la victoria del Señor Jesús sobre el pecado y la muerte, y experimentando que esa victoria es también la nuestra. El Señor morirá para que no mueras tú, y resucitará para que también tú resucites con Él, vencedor de la muerte y el pecado.

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