DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO -A-
«SEGUIDME Y OS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES»
CITAS BÍBLICAS: Is 8, 23b-9,3 * 1Cor 1, 10-13.17 * Mt 4, 12-23
El evangelio de hoy nos muestra al Señor Jesús que después de haber sido encarcelado Juan, abandona Nazaret y se dirige a Cafarnaúm en donde fijará su residencia. Allí empieza su predicación invitando a la conversión, ante la inminente llegada del Reino de los cielos. Dice: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos».
San Mateo nos cuenta que, paseando el Señor por la orilla del lago ve a dos hermanos, a Simón llamado Pedro y a Andrés su hermano, que están echando el copo en el lago. Se acerca y les dice: «Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres». Ellos, lo dejan todo e inmediatamente le siguen. Un poco más adelante ve a otros dos hermanos, a Santiago y a Juan, que están en la barca con su padre. Los llama y ellos dejando la barca y a su padre le siguen de inmediato. Se trata de los primeros discípulos a los que el Señor elige como colaboradores en su misión evangelizadora.
Desde ese momento se dedica a recorrer toda Galilea, anunciando en sus sinagogas la llegada del Reino, y curando a enfermos y poseídos del diablo.
La Buena Noticia del Reino, que el Señor anunció a aquella generación, ha de continuar llegando a todas las generaciones, también a la nuestra. Hoy, el Señor no está junto a nosotros de una manera física, pero sigue estando en medio del mundo resucitado, aunque nuestros ojos no sean capaces de verle.
Por esto, hoy, como ayer, el Señor sigue llamando a sus colaboradores, a aquellos que van a ser sus manos, su boca y su corazón. Hoy el Señor pasa como lo hizo entonces por la orilla del lago, diciéndonos: «Sígueme». Te lo dice a ti y me lo dice a mí. A nosotros que nos consideramos discípulos suyos. De nuestra respuesta depende que aquellos que están junto a nosotros, nuestros familiares, nuestros amigos y conocidos o nuestros compañeros de trabajo, lleguen a conocerle.
Debemos estar agradecidos al Señor por tenernos en su Iglesia. Pero no nos equivoquemos, no nos ha llamado a la Iglesia para que nos salvemos de una manera individual. Esa salvación ya la consiguió para todos el Señor Jesús en la Cruz. Nos concede estar en la Iglesia, porque es la voluntad del Padre «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». ¿Pero cómo llegarán a ese conocimiento si no hay testigos que hagan presente a todos, su amor, su misericordia y el perdón de los pecados? Por eso nos llama a ti y a mí como colaboradores suyos, para que a través de nosotros llegue la Buena Nueva a los que nos rodean.
Quizá te preguntes ¿cómo puedo llevar a la práctica esta misión? No son necesarias muchas palabras. No se trata de predicar. Lo importante son las obras. Ama, perdona, se comprensivo con el que se equivoca. Ayuda al débil. Ponte junto al que sufre y sé su consuelo. Si estás dispuesto a hacerlo, el Señor te ayudará. Él es el primer interesado en que la gente a través de ti, llegue a conocerlo.
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