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DOMINGO I DEL TIEMPO ORDINARIO -BAUTISMO DEL SEÑOR- -A-

DOMINGO I DEL TIEMPO ORDINARIO -BAUTISMO DEL SEÑOR- -A-

«ESTE ES MI HIJO, EL AMADO, MI PREDILECTO»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 42, 1-4.6-7 * Hch 10, 34-38 * Mt 3, 13-17

Con este domingo damos fin al tiempo de Navidad y a la vez comenzamos el tiempo ordinario de la liturgia.

Han pasado unos treinta años desde el nacimiento en Belén del Niño Jesús. Treinta años a los que se suele dar el nombre de Vida Oculta del Señor. Tiempo verdaderamente importante que ha servido para preparar al Señor a dar comienzo a la misión que le ha sido encomendada por el Padre. Se da comienzo, pues, a la Vida Pública, que durará unos tres años, con el Bautismo del Señor.

¿Por qué decimos que estos treinta años han sido un tiempo importante en la vida del Señor si, quitando del pasaje de su pérdida en el templo, no conocemos nada de lo que el Niño, el Adolescente o el Joven Jesús vivió? Sencillamente, porque este tiempo fue en la vida del Señor su catecumenado, su preparación a la misión a la que había sido enviado.

Durante este tiempo, bajo la dirección de José y de María, fue educado en la fe de Israel. Aprendió a conocer a Dios como Padre y a tenerlo como lo primero y más importante de su vida. Aprendió a estar sumiso y a obedecer a sus padres. Conoció el trabajo como medio para ganarse la vida. Tomó consciencia de su pertenencia al Pueblo de Dios, y a comportarse como tal en su relación con los demás. Acudió cada sábado a la sinagoga escuchando la Palabra y las explicaciones de los rabinos. Trabó amistad con los adolescentes o jóvenes de su edad. Sintió una atracción sana hacia las jóvenes con las que se relacionaba. Su vida fue como la de cualquiera de sus amigos jóvenes, con sólo la diferencia de que nunca conoció el pecado. Tenemos la certeza, por ello, de que ninguna de las necesidades, problemas, alegrías o penas por las que pasamos nosotros, fue extraña para él. Únicamente fue diferente, porque en su vida no hubo lugar para el pecado.

Hoy, pasados treinta años, se acerca al Jordán para ser bautizado por Juan, un bautismo de penitencia. Juan está anunciando al pueblo la inminente llegada del Mesías. Para ello, y para que al llegar encuentre un pueblo bien dispuesto, invita a todos a la penitencia, a la conversión, con el reconocimiento de los pecados, que se hace presente mediante el bautismo en el agua.

Ante la presencia del Señor, Juan se resiste: «Soy yo, le dice, el que debe ser bautizado por ti». Jesús contesta: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere». Apenas bautizado el Señor se abre el cielo y el Espíritu de Dios baja sobre él en forma de paloma, mientras se oye la voz del Padre que dice: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

Tú y yo, mediante nuestro bautismo, también hemos renacido del agua. Una criatura nueva, un hijo de Dios, ha empezado a engendrarse en nosotros. Por eso, la voz del Padre que hoy ha resonado, lo ha hecho también refiriéndose a ti y a mí. Tú y yo unidos a Cristo, somos ese hijo amado y predilecto en el que el Padre se complace.

Celebremos con gozo este renacimiento, esta vida nueva que el Padre ha tenido a bien concedernos mediante nuestro bautismo.


CITAS BÍBLICAS: Is 42, 1-4.6-7 * Hch 10, 34-38 * Mt 3, 13-17

Con este domingo damos fin al tiempo de Navidad y a la vez comenzamos el tiempo ordinario de la liturgia.

Han pasado unos treinta años desde el nacimiento en Belén del Niño Jesús. Treinta años a los que se suele dar el nombre de Vida Oculta del Señor. Tiempo verdaderamente importante que ha servido para preparar al Señor a dar comienzo a la misión que le ha sido encomendada por el Padre. Se da comienzo, pues, a la Vida Pública, que durará unos tres años, con el Bautismo del Señor.

¿Por qué decimos que estos treinta años han sido un tiempo importante en la vida del Señor si, quitando del pasaje de su pérdida en el templo, no conocemos nada de lo que el Niño, el Adolescente o el Joven Jesús vivió? Sencillamente, porque este tiempo fue en la vida del Señor su catecumenado, su preparación a la misión a la que había sido enviado.

Durante este tiempo, bajo la dirección de José y de María, fue educado en la fe de Israel. Aprendió a conocer a Dios como Padre y a tenerlo como lo primero y más importante de su vida. Aprendió a estar sumiso y a obedecer a sus padres. Conoció el trabajo como medio para ganarse la vida. Tomó consciencia de su pertenencia al Pueblo de Dios, y a comportarse como tal en su relación con los demás. Acudió cada sábado a la sinagoga escuchando la Palabra y las explicaciones de los rabinos. Trabó amistad con los adolescentes o jóvenes de su edad. Sintió una atracción sana hacia las jóvenes con las que se relacionaba. Su vida fue como la de cualquiera de sus amigos jóvenes, con sólo la diferencia de que nunca conoció el pecado. Tenemos la certeza, por ello, de que ninguna de las necesidades, problemas, alegrías o penas por las que pasamos nosotros, fue extraña para él. Únicamente fue diferente, porque en su vida no hubo lugar para el pecado.

Hoy, pasados treinta años, se acerca al Jordán para ser bautizado por Juan, un bautismo de penitencia. Juan está anunciando al pueblo la inminente llegada del Mesías. Para ello, y para que al llegar encuentre un pueblo bien dispuesto, invita a todos a la penitencia, a la conversión, con el reconocimiento de los pecados, que se hace presente mediante el bautismo en el agua.

Ante la presencia del Señor, Juan se resiste: «Soy yo, le dice, el que debe ser bautizado por ti». Jesús contesta: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere». Apenas bautizado el Señor se abre el cielo y el Espíritu de Dios baja sobre él en forma de paloma, mientras se oye la voz del Padre que dice: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

Tú y yo, mediante nuestro bautismo, también hemos renacido del agua. Una criatura nueva, un hijo de Dios, ha empezado a engendrarse en nosotros. Por eso, la voz del Padre que hoy ha resonado, lo ha hecho también refiriéndose a ti y a mí. Tú y yo unidos a Cristo, somos ese hijo amado y predilecto en el que el Padre se complace.

Celebremos con gozo este renacimiento, esta vida nueva que el Padre ha tenido a bien concedernos mediante nuestro bautismo.

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