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DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

«NO ES UN DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS»

 

CITAS BÍBLICAS: 2 M 7, 1-2.9-14 * 2Tes 2, 16—3,5 * Lc 20, 27-38

El evangelio de este domingo trata un tema de vital importancia en la vida del hombre. De este asunto depende que tu vida y la mía tengan sentido, o por el contrario, sean un absurdo total. Serán una u otra cosa, según respondamos adecuadamente a las siguientes preguntas: ¿Yo para qué he nacido? ¿Para qué estoy en el mundo? ¿Mi vida es semejante a la de un animal que nace, se desarrolla, tiene opción de reproducirse y muere sin dejar rastro alguno? O, por el contrario, ¿he nacido para vivir un tiempo en este mundo y luego gozar de una vida eterna, plena y feliz?

Si nuestra vida es semejante a la de un animal es totalmente un fracaso. No se puede decir lo mismo de la vida de los animales, puesto que no tienen consciencia de lo que es su vida. Tú y yo vivimos, y somos conscientes de que vivimos, pudiendo orientar voluntariamente nuestros actos en una u otra dirección. Por el contrario, los animales, actúan de una manera ciega movidos por el instinto.

Esta inquietud respecto a la vida es la que tienen los saduceos, que se acercan planteando al Señor Jesús un dilema. Ellos pertenecen en Israel a una clase que podríamos asemejar a nuestra nobleza. De sus miembros salen los sumos sacerdotes que sirven al Templo. No creen en la resurrección de los muertos, y, por lo tanto, están enfrentados con los fariseos en el terreno religioso.

El problema que plantean al Señor es, resumiendo, el de una mujer que se casa sucesivamente con siete hermanos sin lograr descendencia de ninguno de ellos. Cuando ella muera y llegue la resurrección, preguntan, ¿de cuál de ellos será mujer? El Señor responde: «Cuando mueran, los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección, no se casarán, ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan de la resurrección.»

El Señor, para reafirmar el hecho de la resurrección de los muertos, les cita un pasaje del libro del Éxodo muy conocido por ellos: el de Moisés y la zarza ardiente, en el que Yahveh-Dios, se presenta a Moisés diciendo: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» El Señor Jesús continúa diciendo: «No es un Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos.»

Hoy, en una sociedad descreída y atea, es para nosotros un consuelo saber que, aunque vivamos un tiempo en esta tierra, somos ciudadanos del cielo en donde el Señor nos ha preparado una vida eterna y plenamente feliz. Esto, no ha de ser impedimento para que vivamos totalmente integrados en nuestra sociedad. Pero al mismo tiempo, también es cierto que no ha de desaparecer del horizonte de nuestra vida, la razón última de nuestra existencia, que hace que caminemos hacia la plenitud, hacia la vida para la que hemos sido creados por Dios.


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