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DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

«¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador».

 

CITAS BÍBLICAS: Eclo 35, 15b-17.20-22a * 2Tim 4, 6-8.16-18 * Lc 18, 9-14

De nuevo el evangelio tiene como eje central la oración. Ya hemos dicho la importancia que tiene la oración en la vida del cristiano, tanta, que no se concibe a un discípulo del Señor Jesús, sin que la oración sea el centro de su vida.

La semana pasada hablábamos de las tres condiciones necesarias que hay que tener en cuenta a la hora de rezar: estar necesitados, como la viuda; tener la certeza de que aquel al que dirigimos la oración tiene poder para concedernos lo que pedimos, y finalmente, ser constantes, ser insistentes, a la hora de presentar nuestra petición.

Hoy, en la parábola que expone el Señor Jesús aparecen dos personajes que acuden al templo a orar: un fariseo y un publicano. La vida de estas dos personas es totalmente opuesta. Por una parte, el fariseo pertenece a una clase social elevada, muy respetada por la gente, y en la que sus miembros se distinguen por ser muy religiosos y extremadamente cumplidores de la Ley. El publicano, sin embargo, pertenece a una clase social rechazada, e incluso odiada por todos, porque son los encargados de cobrar los impuestos de los dominadores romanos. La gente los considera grandes pecadores y traidores al pueblo, porque se enriquecen cobrando cantidades superiores a las que debieran.

Los dos se acercan al templo a orar, pero con actitudes distintas. El fariseo, de pie, en medio del templo enumera todas las obras buenas que realiza, dando gracias a Dios por ello, y por ser diferente al publicano cargado de pecados. Es de notar, que en todo lo que dice, no miente. Son ciertos sus ayunos, sus oraciones y el pago escrupuloso de los diezmos. Su oración, sin embargo, como dirá Jesús, no es grata al Señor. Quizá alguno se pregunte el porqué, ya que es un hombre religioso que ayuda al culto del templo, reza varias veces al día y domina su cuerpo con el ayuno. La respuesta es sencilla. Del primer mandamiento de la Ley sólo tiene en cuenta la primera parte: amar a Dios sobre todas las cosas. Sin embargo, se olvida de la segunda parte: Amar al prójimo como a uno mismo. Se toma la libertad, sin tener ningún derecho, de juzgar al publicano. Su corazón es justiciero y sin misericordia. No tiene en cuenta lo que dice el Señor en la Escritura: «Misericordia quiero que no sacrificios».

El publicano, sin embargo, está en el fondo del templo, junto a la puerta, postrado rostro en tierra golpeándose el pecho, mientras dice una y otra vez: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador». Ante esta oración, el corazón misericordioso de Dios no puede resistirse, no puede hacer oídos sordos. Por eso, el fariseo se retira con un pecado más, mientras que el publicano sale del templo justificado.

Con esta parábola el Señor Jesús nos muestra cuál ha de ser nuestra actitud en la oración. Tú y yo somos pecadores, no tenemos solución, y por eso necesitamos que el Señor nos mire con ojos misericordiosos, de lo contrario estamos perdidos. Por eso, al ponernos a orar lo hemos de hacer en actitud humilde. Nada merecemos. Sólo podemos poner delante del Señor nuestras miserias y pecados, pidiendo perdón por ellas. Esta actitud es la que complace al Señor, que estará siempre dispuesto a concedernos aquello que necesitamos, si nuestra oración es humilde.


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