DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
«ALEGRAOS DE QUE VUESTROS NOMBRES ESTÉN INSCRITOS EN EL CIELO»
CITAS BÍBLICAS: Is 66, 10-14c * Ga 6, 14-18 * Lc 10, 1-12.17-20
En el evangelio de este domingo vemos al Señor Jesús que envía a la misión a setenta y dos de sus discípulos, mientras les dice: «La mies es abundante y los obreros pocos». Hoy, la situación de la sociedad no es mejor que aquella que nos muestra el evangelio. Vivimos en una sociedad materialista, hedonista, descristianizada. Hoy, quizá más que entonces, la mies es abundante pero los obreros escasos.
Dios, dice san Pablo, «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». Precisamente por esto, envió Dios-Padre a su Hijo Jesucristo al mundo, para que hiciera llegar a todos los hombres la Buena Noticia de la salvación. Deseaba que todos conocieran que su misericordia y su amor eran infinitamente más grandes que sus pecados.
De igual manera que entonces tuvo necesidad de enviar a sus discípulos a anunciar la Buena Nueva del Reino, también hoy pone en nuestras manos la misión de ser testigos de su amor y su misericordia, en medio de una sociedad que, o le ignora porque lo desconoce, o lo rechaza abiertamente. Sin embargo, su voluntad de que la salvación alcance a todos, continúa siendo la misma.
Si tú y yo hoy estamos en la Iglesia, no lo estamos para salvarnos individualmente. El Señor nos ha elegido para que seamos sus manos, sus pies, su boca. Quiere hacer llegar a través de nosotros a todos su salvación. Sin embargo, no puede hacerlo sin nuestra colaboración. A través de nuestra vida nos ha demostrado con acontecimientos, que sigue vivo y resucitado, que está presente y que quiere que los demás, viéndonos, viendo la obra de salvación que realiza en nuestra vida, lleguen también a conocerlo. San Pablo dice que estamos llamados a ser “otros cristos”, de manera que aquellos que nos rodean, a través de nosotros se encuentren con el Padre del cielo. O sea, que se hagan realidad las palabras del Señor Jesús cuando en el Sermón del Monte dice: «Para que los hombres, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo».
En este envío a los setenta y dos que nos recuerda que también nosotros somos enviados, el Señor nos muestra, por una parte, los peligros que encontraremos en la misión, y por otra parte nos recuerda cuál ha de ser nuestra actitud y disposición. No esperemos que la gente nos reciba con los brazos abiertos. El demonio hará todo lo posible para hacernos fracasar, y llegará a empujar a algunos para que nos persigan. El Señor Jesús lo advierte con claridad: «¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos».
El Señor también nos recuerda cuál ha de ser nuestro bagaje al dirigirnos a la misión. No podemos llevar nada que tengamos que defender: ni dinero en la talega, ni comida en la alforja, ni sandalias en los pies. Nuestra carga ha de ser el amor hacia aquellos a los que nos dirigimos, haciéndoles partícipes de nuestra paz y anunciándoles que: «Está cerca de vosotros el Reino de Dios».
La paga que recibiremos será la alegría y la paz interior, al ser los primeros beneficiados del anuncio de la Buena Nueva. Sin embargo, como dice el Señor, lo que de verdad nos ha de alegrar, es que «nuestros nombres estén inscritos en el cielo».
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