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DOMINGO V DE PASCUA -C-

DOMINGO V DE PASCUA -C-

«AMAOS COMO YO OS HE AMADO»

 

Lecturas bíblicas:   Hch 14, 21-27 * Ap 21, 1-5 * Jn 13, 31-35

San Juan nos dice en su primera epístola que Dios es Amor. No sé si llegamos a penetrar lo que esta afirmación o definición encierra. Todo lo que nos rodea y aún nosotros mismos está formado por materia, algo que se puede percibir mediante nuestros sentidos y que puede evaluarse o medirse con distintos instrumentos. Dios es espíritu y por lo tanto, inmaterial. Es algo que escapa a la forma que tenemos nosotros de percibir las cosas. Por eso, la frase de san Juan, viene en nuestra ayuda para descubrirnos cuál es la esencia de Dios. De qué está hecho, podríamos decir.

El amor es algo inmaterial, algo que nosotros no podemos constatar físicamente y del que únicamente podemos experimentar su manifestación, por las consecuencias que aparecen ante su presencia. Su fuerza, es algo imposible de ocultar, de manera que cuando vemos las obras que el amor lleva a término, aparece delante de nosotros Aquel que es el origen de ese amor.

Dejemos aparte estos razonamientos un tanto filosóficos y fijémonos en hechos concretos de nuestra vida ordinaria. Toda la creación es obra del Amor. Por eso, cuando contemplamos un hermosa puesta de sol, la furia del mar embravecido o la serenidad de una noche estrellada, si somos un poco sensibles y no nos encontramos embrutecidos por los afanes mundanos, nuestro espíritu se eleva y hace presente a Aquel que es el origen de tanta belleza.

Cuando en  la vida del hombre, herido por el pecado e incapaz de hacer el bien, se manifiestan obras como el perdón auténtico, aquel que es capaz de olvidar totalmente la ofensa; el amor al enemigo, a aquel que sabemos que deliberadamente viene a hacernos daño; la entrega total al otro sin condiciones olvidándose de uno mismo, etc., aparece de manera meridiana Aquel que es el origen, el motor de todas esas acciones.

Todo esto quiere decir que la forma más excelente que existe para que los hombres lleguen a descubrir la presencia de Dios, es hacer manifiestas las obras del amor. El Amor (con mayúscula) es una tarea totalmente inalcanzable para el hombre. Desde que por el pecado de origen el hombre expulsó de su corazón  el amor de Dios, hemos quedado encerrados en nuestro egoísmo, de manera que estamos incapacitados para poder darnos al otro sin condiciones. Por eso, cuando entre dos o más personas se da el amor auténtico, el amor sin restricciones, no tenemos más remedio que reconocer en este hecho la obra de Dios. Amar en esta dimensión, hace presente al mismo Dios en medio de los hombres.

De ahí que san Juan en el evangelio de hoy, dentro del discurso llamado de las despedidas, nos presente la última recomendación o consigna del Señor Jesús a sus discípulos. Les dirá: «Hijos míos, voy a estar ya muy poco con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Que como yo os he amado, así también os améis unos a otros. En esto reconocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros».

¿Cuál es pues la señal distintiva del cristiano? ¿Cómo haremos presente a Cristo en medio de esta generación? Sin duda, a través del amor. El Amor es Dios y cuando un grupo de hermanos, contra todo pronóstico, contra lo que sería lógico por su naturaleza de pecado, hacen presente el Amor, hacen presente a Dios. Esta señal, junto a la de la unidad, hace visible al mismo Cristo sobre la tierra. Estas dos señales son signos tangibles que llaman a los hombres a la fe, porque les interrogan al constatar que hombres y mujeres pecadores y egoístas, puedan, contra toda lógica, amarse sinceramente y perdonarse.

 

 


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