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DOMINGO V DE CUARESMA -C-

DOMINGO V DE CUARESMA -C-

«EL QUE ESTÉ SIN PECADO, QUE LE TIRE LA PRIMERA PIEDRA»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 43, 16-21 * Flp 3, 8-14 * Jn 8, 1-11  

Si en el evangelio del domingo pasado veíamos el icono de la misericordia en la figura de Dios-Padre, esperando ansioso el regreso del hijo y recibiéndolo sin ningún reproche, todo lo contrario, festejando a lo grande tenerlo de nuevo con él, en el evangelio de hoy, podemos contemplar a la misma misericordia encarnada en el Señor Jesús.

Estos evangelios son un verdadero bálsamo para todos aquellos que, como el que escribe, vivimos abrumados al contemplar nuestra realidad de pecado, y a la vez la imposibilidad que tenemos de responder con fidelidad al amor de nuestro Dios. Entendemos perfectamente, porque lo sufrimos igual que él a san Pablo, cuando exclama: «Mi proceder, no lo comprendo…» Queremos hacer el bien, pero estropeamos todo lo que tocamos.

Lo cierto es que tener un Dios así es un verdadero regalo. Su amor por ti y por mí, es la garantía que tenemos de nuestra felicidad ahora, y mucho más de la que nos espera en la otra vida. Nunca agradeceremos bastante tener la certeza de que nuestro Dios no es un Dios inquisidor, que toma en cuenta todos nuestros pecados, como los judíos que presentan al Señor Jesús a la mujer sorprendida en adulterio.

Los judíos hoy, esgrimen ante el Señor la ley para castigar a la adúltera, sin ser conscientes de que esa misma ley sería la que les condenaría a ellos por todos sus pecados. Por eso, el Señor, sin acusarles, con una gran delicadeza, les abre los ojos al decirles: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».

Es muy posible que, si nosotros tuviéramos presentes nuestros fallos, nuestras infidelidades y pecados a la hora de juzgar al hermano, cerraríamos la boca. Si Dios actuara con nosotros como nosotros actuamos con los demás, no habría para nosotros salvación posible. Recordemos las palabras de Jesús en el Sermón del Monte: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten».

Finalmente, es enternecedor el diálogo del Señor con la pecadora: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? … Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Apliquemos a nuestras vidas estas palabras del Señor. El único que podría condenarnos nos dice: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». No peques más, porque no está la felicidad en lo que el mundo y el maligno te ofrecen. No peques más, porque el pecado tiene como fruto el sufrimiento, la infelicidad y la muerte.


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